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Hay que lidiar con la literatura, el periodismo y la política

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La presentación de Piedad es extensa, pues ha dedicado su vida a las letras y a la academia, es Licenciada en Filosofía y Literatura de la Universidad de los Andes, tiene una Maestría en Teoría del Arte y la Arquitectura de la Universidad Nacional. Ha publicado nueve libros de poesía, varias antologías y es autora de seis obras de teatro, siete novelas y ha ganado más de cinco premios entre periodismo y literatura.

Piedad Bonnet estuvo en el encuentro “Voces y Letras”, un espacio cultural gestionado por la Librería Pensamiento Escrito y la unión de Comfenalco, Cofincafé y diferentes empresas del sector privado que han querido generar espacios diferentes. La Revista El Rollo acompaña el espacio y esta vez hablamos directamente con la invitada sobre literatura, periodismo y política.

 

Leyendo la columna “Inmadurez Política”, usted menciona que somos una cultura que no sabe de política…

No es que no sepa de política, porque todo mundo cree saber de política como todo mundo cree saber de literatura, hablan con gran familiaridad de todo como si eso fuera lo más relevante. Yo pienso que lo que no saben es de historia, cuando no sabemos como es la historia del país es difícil.  Yo estudié muy bien la historia colombiana en la Universidad y me gustó mucho, pasar el siglo XIX y relacionarla con la literatura, La Vorágine, La María y tantos textos que nos la cuentan, entonces cuando no sabemos de historia cualquier situación en la política puede ser vista de manera ingenua, porque es que no saben la relación de violencia que hay en este país desde la colonia.

Este es un país muy desigual, la educación en los colegios públicos y algunos privados es muy ineficiente, sobre todo el pensamiento crítico en un país dado al totalitarismo y es que venimos de la religión, de las verdades reveladas y del dogma, entonces todo esto se junta y aparece un personaje que dice cualquier cosa y la gente le cree. Yo no puedo creer que la gente le crea a Rodolfo Hernández lo que dice.

Esta mañana estaba oyendo algo absurdo, que iba a regalar la droga. Esto ya es folclorismo puro y claro aquí entra otra cosa y es el factor Petro, entonces tampoco se lo podemos achacar a la ignorancia política…

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Si partimos que la inmadurez política es el no conocimiento de la historia, pero la podemos conocer, usted la conoce, muchos escritores la conocen, entonces ¿Cómo el mismo escritor que nos dice lo que necesita Colombia, ahora apoya a alguien totalmente diferente a sus textos?  

William Ospina es un escritor al que yo quiero muchísimo y lo considero un buen ser humano, pero me parece el típico intelectual equivocado, bien intencionadamente creo. Mi columna se va a llamar “Los intelectuales y el Poder” y empiezo hablando de William porque me pareció una cobardía hacer una alusión y no nombrarlo directamente, no irme de frente. Lo hago con todo respeto y cariño como debe ser en una democracia, reconozco mi amistad con él aunque estoy en desacuerdo con esa alianza.

Lo que yo pienso es que William desde su texto “¿Dónde está la Franja Amarilla?” es el típico intelectual soñador utópico, al que le falta sentido, es decir, no es que le falte sentido político, es que le puede más el sueño y la utopía sobre la realidad. William es una persona que todo el tiempo apoyó el chavismo, es decir, el populismo, el populismo es lo que le gusta a Ospina y él en últimas es un escritor populista, con todo lo que tiene esa palabra de compleja, no solamente de despectiva, sino de amor por el pueblo cuando la noción de pueblo que es lo que digo en la columna pasada, es una entelequia, porque ¿cuál pueblo? Entonces William es lo más parecido a un hombre de la ilustración, ahí se quedó, es anacrónico.

 

Usted viene de una familia católica, creyente y que conserva tradiciones religiosas de antaño. Luego de la academia y sus libros ¿Cómo enseñar que existen otras formas de ver el mundo?

Yo creo que en Colombia hay un poder de la creatividad enorme, que nace de la falta de oportunidades, es como los cubanos que se las tienen que ingeniar para que la nevera les dure 50 años sin que haya repuestos. Aquí el ingenio es gigantesco, entonces no menosprecio la cabeza de los colombianos ni mucho menos, lo que me parece es que si a esa gente le dieran acceso a la educación la cosa sería diferente.

Aunque claro, yo hablo sesgadamente porque yo vengo de la Universidad, 30 años en la academia, por eso voté por Fajardo porque me parece que es pensamiento ilustrado, que Sergio no sea un político es otra cosa, que no tenga las palabras con resonancia populista es otra cosa, pero claro, tienen resonancia en una personas como yo que cree en la moderación, que cree en el pensamiento, que cree en que este país sería mucho mejor si mucha gente tuviera acceso a la educación.

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Hemos visto, por ejemplo, en Armenia que muchos universitarios salen con ganas de producir pero no encuentran empleo…

Todos esos muchachos que salen de las universidades y de los tecnológicos y van a parar a un callcenter no es tampoco lo que pensamos como educación, lo que sucede es que no hay una unión verdadera entre lo que ofrecemos en educación y lo que luego ofrecemos como trabajo, entonces lo que hay es una enorme frustración que fue lo que se vio en el estallido social. En las marchas estaban un montón de muchachos que querían acabar con el universo entero porque sus vidas están estancadas. Esto es como una olla a presión que estaba por estallar.

Hay unas fuerzas retardatarias poderosísimas en este país que tienen que ver con los terratenientes y quienes siguen en la premodernidad como el caso Uribe y todo lo que lo rodea. Yo creo que la religión ha hecho daño, pero creo que la iglesia se está modernizando, los curas ya hablan un lenguaje más cercano a la gente necesitada, no es el paternalismo de antes, aunque todavía tengamos unos conservadores aterradores. Esto se debe un poco al Papa Francisco que ha medio evolucionado, pero no mucho, tampoco es una persona que esté rompiendo con una tradición, no son capaces, pero claro ya la juventud es muy laica, ya estamos viendo un país más moderno.

 

Dejando un poco el tema político, pasemos al literario, hablar sobre la ausencia, la muerte, quienes ya no están no es del todo fácil ¿cómo escribir sobre lo que nos duele y nos conmueve?

Sin caer en el sentimentalismo, esa es la primera cosa, ni en la autocompasión, ni en la idealización absurda de quien desapareció. Debemos entregar todas las entrañas, porque creo que es un proceso de inmersión en la pena, hay que sumergirse en la pena y para eso se necesita valentía porque eso es un camino de descubrimiento, en uno mismo y en el otro, en el que se fue. Es un camino de recuperación, pero una recuperación que es falsa porque es la recuperación para uno, pero el otro ser humano desapareció para siempre.

Es la constatación de lo inevitable, de lo irrecuperable, eso es durísimo, es darse contra un muro, pero la palabra es una enorme salvadora y lo que es importante en la literatura es cómo decir eso, cómo decir, entonces cuando tú encuentras la forma el camino está ganado.

Hay tantos textos hermosísimos sobre la perdida de la madre, del padre, hay un escritor francés, se me escapa el nombre, que empieza a recuperar esa memoria de la madre y la cuenta, es de una gran sencillez, pero de una gran profundidad, los pequeños lazos que lo unían con la madre que eran lazos finalmente fuertes, pero en la relación madre hijo eso va muy pegado de lo cotidiano, no es el gran amor, no es que se perdió la mujer que uno amaba, es un vínculo infinitamente más atávico, más del origen, una cosa muy dura.

Yo no he perdido a mis padres, los tengo vivos, no sé qué es eso, no sé que es ese dolor, no sé cómo es ese dolor, yo sé que mi madre ya se va a ir, tiene 100 años, y yo todo el tiempo pienso en eso, primero cómo lo viviré y segundo cómo lo escribiré, porque estaré tentada a hacerlo, entonces hay que buscar el recurso para llegar a eso sin caer en lugares comunes, en cosas bobas, hay que lidiar con la literatura.

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Luego de la literatura, nos encontramos con el periodismo, usted escribe su columna cada domingo, pero vemos que el periodismo siempre genera otras cosas, ¿qué nos puede decir sobre esto?

Bueno, lo primero que diría es que el periodismo es una cosa muy hermosa, yo soy una advenediza con mi columna en el periodismo y esta cuestión de la palabra precisa y de los 3000 caracteres es una cosa extraordinaria, al lado de eso veo la frivolidad del periodismo y las prisas del periodismo que deben ser muy defraudantes para gente que tiene pasión por ese oficio, entonces yo creo que siempre deben estar en la lucha interna entre la frustración y el deseo de hacer lo mejor posible, claro que algunos, porque hay otros que nada que ver, y eso me consta. Lo que yo le recomiendo a un periodista es que lea literatura, porque es que un periodista que no lea literatura no desarrolla la sensibilidad, ni la mirada, ni la complejidad que le va a permitir ir a lo sencillo, a lo directo, a lo concreto, pero sin pasar por encima, sino yendo al fondo.

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Texto: Johan Andrés Rodríguez Lugo

Director general Revista El Rollo. Comunicador Social - Periodista, Universidad del Quindío Tomar café, comer mucha pasta, la música, los libros, caminar las calles. “No es que una quiera es que toca, entonces tin”

Fotos: Jorge Alberto Mendoza Portillo

Editor general Revista El Rollo. Comunicador Social – Periodista Universidad del Quindío. "No sé mucho de nada pero me gusta aprender, ramonero de corazón y enfermo por las imágenes".

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