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Todos gritan por el Grita

Grito, la Real Academia Española lo define como una manifestación vehemente de un sentimiento colectivo. Resulta acertado si nos acercamos a lo que miles de personas durante un fin de semana pueden expresar con solo escuchar el sonido distorsionado de guitarras y bajos, o el ritmo acelerado de una batería.

Más que una cita de amigos y conocidos frente a una tarima, ir a un festival se convierte en un ritual que, hasta el último detalle, por más ínfimo que sea, es fundamental para que el show no vaya a terminar mal.

Tal vez esas ganas represadas de gritar me llevaron a tomar un bus y dirigirme a Manizales, capital que lidera el circuito de festivales del Eje Cafetero con el Grita Rock, con temores y mucho esfuerzo, pese al recorte de presupuesto, el concierto prometía dos días cargados de diversidad musical.

Sin quitar mérito al trabajo y la dedicación que las bandas invierten en su performance, sonido y composición musical, para mí es importante resaltar el trabajo de la organización, desde su parte operativa hasta las personas que lideran el proceso.

Y así fue, de entrada, y llegando al festival, lo primero que se encuentra el asistente promedio es un cercamiento de vallas para controlar el ingreso, trabajo que está a cargo de la Policía Nacional. Ellos gritan, gritan para velar por la estadía segura de quienes asisten a Expoferias.

Adentro, y dando pocos pasos, el mundo grita diferente, deja ver detalles que comparados con otros eventos resultan curiosos. Uno de los que más llama la atención es la logística que está a cargo de Hinchas por Manizales, organización que plantea estrategias y procesos productivos de inclusión con integrantes de la barra Holocausto Norte, conocidos por ser seguidores del equipo de fútbol local, Once Caldas.

Ellos también gritan, desde las gradas alientan a su equipo, pero en este espacio, ellos garantizan el orden del festival y de quienes gritan al escuchar a su grupo favorito en vivo. Dos mundos que manifiestan su pasión de manera similar pero en lugares diferentes.

Roadies, ingenieros de sonido, stage manager, entre otros personajes también gritan, son quienes velan para que usted, querido asistente, escuche de la mejor manera las propuestas de los grupos que integran el cartel. Sí, incluso Jimmy, que se hizo famoso por la tardanza en el comienzo del show de La Pestilencia, el también gritó para que todo saliera bien, y así fue.

La energía, esa vibra desconocida e imperceptible para algunos, pero que entre los que estábamos en el recinto sentíamos claramente, se hizo evidente cuando cada banda subía y bajaba del escenario. Entrega total, composiciones magistrales, cuidado en cada uno de los detalles que se ofrecía al público, fueron los protagonistas de los diferentes grupos.

El infaltable estandarte de sana convivencia en Manizales se hizo presente, cero conatos de pelea, pogos fuertes pero no lesivos, si el hermano rockero por un mal paso caía, las manos sobraban para volver a ponerlo en pie y seguir el ritual. 

 

Metalero, punkero, skapeto, hardcorero, o si no prefiere incluirse bajo ninguna etiqueta, asistente. Se ha puesto a pensar ¿cuántas personas hay detrás de cada evento para que su experiencia lleve lo que algunos llamarían alegría o satisfacción? La lista resultaría interminable, y de cierta manera innombrable, pero tengamos seguridad que en el caso de Manizales y su festival, todos, o su gran mayoría, gritan para el mismo lado, hacen sentir su voz de apoyo por algo que les pertenece, tanto así, que si pregunta si les pesó meterse la mano al dril para pagar 5 mil pesos de apoyo al evento, los cerca de 13 mil asistentes le darán la respuesta.

 

Christian David Acuña Hincapié

Revista El Rollo

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