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crónica de viaje

Panamá, la hermanastra

​"Todo esto se lo quitaron al mar" – dice El valet parking mientras señala con el dedo índice el faro desgastado por el tiempo que se encuentra al lado de la carretera que transitamos. En este momento no está de turno, me transporta hacia el Canal de Panamá. Es el esposo de mi hermana y lleva en Ciudad de Panamá 20 años. Cuando entramos señala los letreros de “Cuidado con los cocodrilos” y “No alimente a los chigüiros”. – Ojalá pase el tren ahora para que lo vea, mientras tanto compremos las boletas para entrar a la función de la película que explica cómo hicieron el canal – 

- ¿Ese es Morgan Freeman? – Pregunto señalando el póster que cuelga del edificio.

- Sí, él es la voz del documental que vamos a ver.​​​​​​​​​

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El valet parking afirma que el mar en cualquier momento va a reclamar su territorio – Yo recuerdo cuando el mar llegaba hasta aquí, es obvio que en cualquier momento vendrá por todo esto, el problema es que no sabemos cuándo será – El Canal de Panamá es una de las maravillas del mundo y no podía esperar tantos días para ir a conocer la obra de ingeniería que conectó ambos mundos, como antes lo había hecho Cristóbal Colón según las tradiciones históricas que nos han narrado, que nos han contado lo que pasó y cómo pasó. Luego vendría “el descubrimiento”, “la salvación”, “la colonización”, “la liberación”, “la separación de Panamá”, “la liberación de Panamá”, hasta ahora, cuando son los panameños quienes nuevamente parecen dueños de su territorio, pues desde el 31 de diciembre de 1999 administran sus recursos, sus inversiones, su vida y hasta el mismo Canal de Panamá, aunque en los periódicos panameños se muestra al tío Donald con afirmaciones de regresión administrativa y hay opiniones divididas entre si volver o no volver a ser sobrinos del norte.

 

***

Volví al mar luego de 15 años. No recordaba la paz que se sentía al admirar la inmensidad de las aguas que bordean el mundo. No solo fui al mar, sino a los mares, en plural, porque desde Panamá visité el Atlántico y el Pacífico. Ambos inmensos, ambos increíbles, ambos inagotables de poder. La palabra vacaciones no la conjugaba en primera persona hace muchísimo tiempo. No recuerdo la última vez que tuve la oportunidad de tener vacaciones. Descansaba, dejaba de hacer cosas, paseaba, pero tener vacaciones, olvidar la responsabilidad, el deber, engavetar la angustia, la ansiedad, la duda, desprenderme de todo, hasta de mí, es una experiencia inigualable y a la vez una lástima. ¿Cómo es posible tener que esperar tanto para vacacionar? ¿Cuántos vacacionamos realmente? No sabía lo que se sentía, no entendía la testarudez de quien arma planes de vacaciones desde enero. No sabía lo grato de no pensar, de no añorar, de no desear. Tener vacaciones en Colombia es un privilegio. Una angustia diferida a 12 cuotas o más.

***

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Cuando llegué a Panamá me recibió la soledad, estaba en una sala de espera que jamás había visto, caminando hacia donde nunca lo había hecho, las instrucciones de mi hermana no contemplaban lo que debía hacer en el momento de desembarcar. No tuve miedo, no estaba solo del todo, de acuerdo con los datos del aeropuerto, hice parte de los 6´615.325 pasajeros que se movilizaron entre enero y abril de 2025, resaltando que solo en abril hubo 1´648.684 viajeros y yo, que sumamos al 72% como turistas. Este aeropuerto es un centro de conexiones que cada vez se consolida más como HUB internacional. Se contabilizan más de 53.000 movimientos de aeronaves cada cuatrimestre en donde se transportan más de 76.000 toneladas de productos – por aquí pasa el mundo – afirmó Morgan Freeman en el documental del Canal. El Aeropuerto Tocumen hace parte de los 39 con los que cuenta Panamá y se encuentra a media hora de la casa de mi hermana en Ciudad de Panamá.

 

Me acerqué a buscar ayuda, uno supone siempre que alguien lo puede ayudar, lo intenté con una mujer que vendía planes de celular:

 

- ¡Buenas tardes!

- A ver

- ¿Cuánto cuesta una sim?

- ¿Cuántos días se va a quedar?

- 7

- 30 dólares

- ¿No me vendes una sim y ya?

- No, vendo planes, 30 dólares, 7 días

- Gracias

- …

 

Empecé a caminar por el aeropuerto siguiendo a las personas que iban conmigo en el avión, intenté conectarme a una red WIFI para llamar a mi hermana y pedirle instrucciones, no reconocía ninguna red y la del aeropuerto me pedía una clave.

 

- Seño, ¿necesita ayuda?

- Sí, mira, es que necesito conectarme a alguna red

- Yo vendo chance, pero le voy a ayudar.

- Muchísimas gracias

- Abre pa´ ve

- ¿Doy click aquí?

- Ajá

- ¿Y aquí?

- Ajá

- ¿Y aquí?

- Dale pa´ve

- Ok, sí, funciona

- Tiene 30 minutos

- Muchísimas gracias

- …

 

Mi hermana me esperaba a la salida del aeropuerto, en donde las personas se paran con pancartas de bienvenida, con flores, con instrumentos musicales, en donde la alegría se sabe tangible, yo esperaba una bobada de esas, pero mi hermana sabe que no me gustan esas cosas, a duras penas me extendieron las manos y gritaron mi nombre y yo fui feliz, otra vez feliz.

 

***

El valet parking llegó a Panamá en el año 2000, quería trabajar, enviarle dinero a su hija y quizás regresar después a recuperar su familia. Hoy esa familia no existe, su hija no le habla desde que cumplió 18 años y su antigua esposa no sabe que ya se volvió a casar. Ahora habita un apartamento en Ciudad de Panamá, en una zona central, estéticamente atractiva en donde por la noche pasan carrotanques de agua rociando los árboles – Por aquí pasan cada dos días, pero en las cuadras de más allá no, esos árboles son secos, sin hojas, el pasto es café. Aquí al menos le echan agüita, pero es porque esto es lo de mostrar –.  Es un quinto piso, el ascensor por una construcción extraña solo llega a los pisos pares, así que igual se deben subir 10 escalones para pedir el ascensor y subir otros 10 para llegar al quinto piso. En el pasillo hay un mueble de madera pintado de naranja que El valet parking construyó en diciembre de 2023 porque su esposa quería un lugar para ubicar las matas. Vivían en un apartamento mucho más grande en cuyo balcón había espacio para este mueble. Ahora, por el tamaño y el número de macetas que con el tiempo aumentó, adorna la entrada de los 4 apartamentos que tiene el quinto piso.

 

El apartamento no es pequeño, la sala comedor tiene un televisor de 80 pulgadas que consiguieron en oferta – Aquí todo es más accesible, Johan, con pocos dólares mercamos, compramos las cosas de la casa y hemos ido armando nuestro hogar –. El comedor es de madera negra, también construido por El valet parking porque su esposa está acostumbrada a cocinar para más de cinco personas. En la pared de la sala hay un gimnasio para gatos, un mueble para gatos, un rascador de gatos, fotos de gatos y 3 colchones para gatos que son, obviamente, los que gobiernan el hogar, ¡sí!, construidos por El valet parking porque le salía más barato que comprarlos nuevos. Uno de los gatos se llama Yiyo, es blanco y su tamaño no es proporcional a lo cotidiano, parece más un perro mediano. Kitty es amarilla con rayas cafés, o viceversa, tiene ojos verdes y su tamaño es normal, si se puede decir. La esposa de El valet parking odió por mucho tiempo los gatos y las mascotas en general, pero ahora son su compañía, a veces la única, mientras su hija y su esposo trabajan en jornadas de hasta 18 horas cuando les va bien.

 

En la cocina hay un microondas, un horno para calentar comida, una lavadora marca LG de varios kilos y muchos frutos secos. La nevera está llena de cerveza y gaseosa y en algún tiempo estuvo dividida por nombres, al igual que dos de los tres cuartos para los roomies que le subarrendaban a El valet parking por la posibilidad de vivir más cerca de los hoteles donde trabajaban. Hoy los cuartos ya no están arrendados porque el hijastro, la esposa del hijastro y la hija del hijastro están viviendo con ellos.

 

***

***

Hace más de 5 años tenía planeado visitar Panamá, me habían invitado muchas veces para que disfrutara del país que ya no es parte de Colombia. Por razones familiares, laborales y financieras no había viajado antes, pero en este momento la oportunidad se hizo tangible y no quería desaprovechar el instante, poder sacar días de descanso, viajar, estar con la familia “extranjera” y cambiar la perspectiva respecto a Colombia, el Quindío y Calarcá era algo que quería hacer desde tiempo atrás. Los planes iniciaron un día en que decidí que si no compraba los boletos impulsivamente nunca lo iba a hacer. Llamé a mi hermana, le pedí el número de su asesora de viajes, contacté a la asesora de viajes y no me contestó. Sin embargo, esperé, no me gusta insistir en este tipo de cosas porque la ansiedad me ha enseñado que entre más me preocupo, menos se logra, así que con calma dormí esas dos noches previas a que la asesora me contestara. Hicimos la reserva, solicitamos los documentos, me informó del resultado y ahora solo tenía que esperar dos meses para que el viaje se hiciera tangible.

 

En ese lapso del tiempo pensé que ser turista iba a ser una oportunidad para volver a escribir, para narrar, para ver otras cosas, pensar en otras cosas y para apreciar al mar del que no soy fan, caminar calles que guardan historias colombianas, que fueron transformadas por el deseo de trascendencia, trabajo y progreso que vende el Tío Sam. Panamá, sabemos, es uno de los países hijastros del norte a quien con mentiras y promesas vacías convencieron de su separación y posterior construcción de un canal que conectara el Atlántico y el Pacífico. La historia nos mostró el resultado y aunque hoy Panamá no sea la típica ciudad latinoamericana, tampoco es la cúspide del desarrollo o el vividero que merecen los panameños que durante años han luchado por su reconocimiento, pasarían varias horas, incluso días, para que viera a un panameño en Panamá, salvo en el aeropuerto y en el centro de la ciudad, las tiendas, restaurantes y espacios son atendidos por colombianos, venezolanos o costarricenses.

 

***

Mi hermana, que hoy es La abuela, llegó a Panamá huyendo de la vida. No tenía la necesidad de trabajar, la esperaban nuevamente en Colombia, no tenía responsabilidades con sus hijos ni con su exesposo, aprovechó diferentes circunstancias para hacer lo que nunca había hecho: Tomar decisiones solo para ella. Hizo contactos, habló con conocidos, gestionó un cuarto, compró boletos, compró los 500 dólares que exigían para ingresar, se aplicó la vacuna de la fiebre amarilla, compró una maleta de viaje, empacó su ropa y se fue de Calarcá, del Quindío y de Colombia. Ella no iba en búsqueda de algo, salvo de ella misma, no tenía claro el futuro, solo quería huir del presente que la atormentaba. Su madre había muerto dos años atrás, su hermana mayor había muerto un año atrás, había decidido separarse unos cuantos meses atrás y ahora el pasado ya no tenía sentido para ella.

 

Su vida transcurrió como la de muchos inmigrantes, encontró trabajo, perdió trabajos, no la contrataron. Estuvo un tiempo en Panamá, regresó a Colombia, volvió a Panamá. Aprendió a contar dólares, a administrar dólares y a enviar algunos dólares a Colombia con la intención de tener un fondo para cuando fuera a visitar a sus hijos y sus hermanos. Fue barrendera, lavaplatos, cajera, administradora de una pizzería en donde era la primera en llegar y la última en irse, aprendió de la cultura judía y le enseñó a su hija de eventos, de fiestas y de encuentros judíos. Ayudó a decorar, a lavar, a diseñar, a organizar. Hizo cosas que nunca había hecho, otras que sus padres, su esposo y sus hijos no la habían dejado hacer. No conoció mucha gente porque no le gusta socializar, pero aprendió a pedir la ayuda de extraños y a confiar medianamente en quienes parecía que podían ayudar, conoció a El valet parking, empezaron a salir, se hicieron amigos, novios y ahora llevan 3 años de matrimonio – También me robaron, varias veces, como en Colombia, claramente fueron panameños, pero roban como colombianos, uno creería que aquí eso no se ve, pero lastimosamente no podemos dar papaya – .

 

Cuando llegamos a Ciudad de Panamá, lo primero que me presentó mi hermana fue el Pacífico. Paramos en el mirador de una playa que pide ayuda, en varios letreros se narra el número de basura que cada fin de semana recogen los grupos cívicos que se unen para ayudar. No es difícil el acceso si quisiéramos ir a tocar el agua, pero el mar no lo permite porque siempre está dejando basura en la arena. En los letreros se hace la advertencia ambiental, pero en la zona parece no importar, la escena se repetiría varias veces en distintas playas del centro – El sitio más cerquita para bañarse en el mar está a una hora, obvio en el centro de la ciudad hay playa y en el Casco Antiguo también, pero ya nadie lo usa, huele feo y tenemos claro que las tuberías de todos esos edificios llegan allí, cuando queremos ir al mar buscamos las playas del centro del país –.

***

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La independiente es hija de la esposa de El valet parking. Ella llegó a Panamá dos años después de su madre, buscaba encontrarse, saberse propia y comprobar si el problema es la gente o la actitud frente a los demás. Lleva 10 años en Ciudad de Panamá. Desde pequeña ha sido amante del dinero y de los dulces. Sus padres le enseñaron que solo trabajando podía hacer dinero y entre más dinero se tiene más independiente se puede ser, menos responsabilidades se tienen que adquirir y más viajes se pueden sumar al itinerario. Aunque puede hacerlo, no ha aceptado trabajos de tiempo completo, prefiere los turnos, prefiere hacer distintas cosas. Sabe barrer, trapear, decorar, vender puerta a puerta, en esquinas y afuera de los negocios. Sabe la rutina de los judíos, las reglas en la preparación del alimento, en el armado del alimento, en el orden de los alimentos y en la forma en que debe ser servido el alimento. Sabe manejar personal, dirigir el personal y explicar lo que deben hacer. Le gusta viajar, comer en restaurantes caros y tomarse fotos para su perfil de Instagram, que en este momento tiene 86.200 seguidores, que le ha permitido ser contratada como modelo de canciones de champeta, presentadora de notas de entretenimiento y publicitar marcas en redes sociales. Afirma que Panamá se le quedó pequeña y que ahora quiere irse a Costa Rica a comprobar si el problema es la gente o la actitud frente a los demás.

 

- Johan, este sitio te va a encantar.

- ¿Verdad?

- Sí, se llama la Rana Dorada, es de la cerveza que a usted le gusta, pero aquí es más barata.

- ¡Maravilloso!

- Vea, este es el buque, puede tomar de cualquiera primero para que escojamos la que nos vamos a tomar. Niña, explíquenos por fa, que a él le encanta la cerveza.

 

La Rana Dorada a la que fuimos se encuentra en “Casco Antiguo”, que ya era antiguo mucho antes, pues, aunque conserva sus edificios, iglesias y calles de adoquines, es un sitio concurrido por turistas de paso que quieren vivir la experiencia “de esa Panamá”, las calles se quedaron pequeñas, las fachadas son altas, los faroles adornan las esquinas y las banderas de Panamá ondean en todo momento. Recorrimos varias cuadras a la redonda a las dos de la mañana cuando no había mucha gente, de hecho, estábamos solos, tomé fotos, leí placas, revisé las construcciones, caminé por las calles, miré la altura de las siete catedrales, admiré las esculturas, subimos y bajamos por el centro de la ciudad, fue la mejor decisión porque dos días después, cuando fuimos al Museo del Canal Interoceánico de Panamá, el calor, la gente y el ruido hacían imposible este transitar.

 

Casco Antiguo se conserva para el recuerdo, saqueado muchísimas veces por el Pirata Morgan (Sir Henry Morgan) y otros tantos, conserva una energía romántica de los cuentos de antaño. La iglesia San José, por ejemplo, guarda en su altar una anécdota que repiten las páginas de turismo y que fue certificada por el guía que contrataríamos dos días después, quien con mal aliento nos contaría que – Por allá entre 1671 y 1675 el Pirata Morgan entraría a esta catedral buscando un botín y lo que encontraría sería un pobre altar lleno de tierra y con pintas de óxido a lo que conmovido en vez de llevarse cosas, le dejó una limosna al fraile que administraba este recinto – Entre risas confirma que el religioso había engañado al pirata puesto que el altar realmente tendría oro, pero este lo escondió y luego aumentaría su belleza, sin embargo, lo que hoy se muestra es una réplica del recuerdo porque no se puede dar papaya en Panamá dejando tan cerca el oro.

 

Luego de esta noche, no pude volver a ver a La independiente, le salió un turno de 10 días interno en un hotel alquilado por una congregación judía para sus rituales, El capitán ya estaba trabajando allá cinco días antes de mi arribo al país.

 

***

El capitán llegó a Panamá en agosto de 2024. Acaba de ser papá, su hija apenas va a cumplir dos años y la vida en Calarcá se le hizo corta desde que su mamá y su hermana le contaron todo lo que hacían en los días libres que tenían luego de durar varias semanas trabajando. El capitán sabe el valor del dinero porque desde pequeño le enseñaron que solo quien trabaja constantemente merece descansar con el dinero conseguido. Ahora tiene una perspectiva de vida que incluye cuidar a su bebé y tener un hogar con su novia-esposa-compañera. Llegaron a Panamá convencidos de que, si La abuela y La independiente habían podido establecerse, ellos también, y aunque han hecho todo lo posible y ahora ya están un poco más estables, los primeros meses demostraron que las decisiones, la vida y la ironía son parte del cóctel que se necesita para una vida tranquila, que es, parece, lo que muchos buscan al irse a trabajar a otros países. El capitán está más gordo que la última vez que lo vi, casi no está en casa y tuve que ir hasta el hotel en donde estaba trabajando para poderlo saludar.

 

Empezó en Panamá con la ayuda de su hermana, ella le presentó gente, le ayudó a ubicarse, le mostró rutas, caminos y edificios. Fue mesero, coordinador de piso, barista y ahora es El capitán, un cargo de responsabilidad superior porque es el primero en llegar al sitio y el último en irse. Debe garantizar que todo esté en orden, las mesas, las sillas, los platos, los cubiertos, que no les falte nada a los invitados y que el protocolo judío se cumpla a la perfección. El capitán aprende rápido y rápidamente pasó de hacer un turno de dos horas diarias, a turnos de 12 horas durante varias semanas.

 

La esposa-compañera-novia de El capitán es La host en un hotel, en el día trabaja para un callcenter colombiano porque conserva la conexión con su país natal, además porque le permite estar pendiente de su bebé, al menos presente, en las noches trabaja recibiendo turistas y visitantes en Villa Ana 1928, una mansión restaurada que hoy brinda una experiencia en el tiempo. Es una casa antigua muy bien conservada, de acuerdo con su publicidad, hace alusión a la última Ana que vivió en este hogar y que pretendía la opulencia y el excentricismo en contraste a la situación que ocurría en Panamá en los años 20´s. Desde afuera tiene una estructura poderosa, ventanas de bordes verdes y fachada blanca, tiene 4 pisos, es esquinera y me tomé algunas fotos con sus faroles, a un costado hay un espacio vacío, casi en ruinas, que según me explicaron se alquila para bodas o bautizos, no es barato, pero las fotos salen espectaculares. Con La host estuvimos en el mar, en centros comerciales y en algunas cenas.

 

En un artículo del periódico La Prensa de 2016, cuentan que la playa La Ermita es de los pocos lugares públicos para disfrutar del mar panameño. Según los datos, con el paso del tiempo, las playas se han privatizado, los hoteles han aumentado y ahora hay que pagar varios dólares para disfrutar de cualquiera de los dos mares. Tardamos más de dos horas en llegar a La Ermita, no por el tráfico, sino por la distancia. No pensé que ese mar azul claro, esa arena blanca y esa inmensidad fueran del pacífico, mi imaginario de este mar era distinto hasta que me sumergí, cerré los ojos y dejé que las olas me revolcaran – si no lo revuelca el mar, es porque no vino a Panamá – decía mi hermana entre risas cada que me trataba de levantar antes de que volviera la marea. En esta playa desemboca el río Agallal, que transita por toda la Provincia de Panamá Oeste en el Distrito de San Carlos, su agua es transparente, pesada, pura, la comunidad protege el río pues es el que abastece a los vecinos, además porque Panamá tiene una fuerte política de protección ambiental, sobre todo con el agua, que es la razón de ser, por ejemplo, del Canal.

 

Con la voz de Morgan Freeman y un artículo del National Geografic, escrito por Meritxell Batlle Cardona, entendí que el río Chagres, hermano del río Agallal, es el único río del mundo que desemboca en dos océanos. Su importancia radica más en el miedo que causó a los primeros transeúntes de la selva quienes se preguntaban cómo quitarlo para construir el Canal. Aunque hoy la narrativa sea de amor por el ambiente, los antiguos trataron de secarlo, de explotarlo, de rodearlo sin ningún resultado, primero fueron los franceses, luego los estadounidenses, finalmente decidieron inundar completamente la selva que rodeaba el Chagres creando el Lago Gatún, el cual es el que permite que las aguas suban y bajen en el Canal y lleven de un lado al otro los buques y barcos que pasan a diario por Panamá.

No sabía que íbamos a ir al Cerro Ancón. Mi hermana no sabía que ya no se podía subir en auto hasta su monumento y El valet parking pensó que podíamos tomar una ruta alterna. No me vestí para la ocasión de caminar a más de 40 grados, aunque iba en tenis y en pantaloneta, la camisa que elegí ese día estuvo a punto de ser enviada a la basura.

 

- ¿Será por aquí? No me acuerdo. Entremos y miremos – afirmó El valet parking

- No, preguntemos primero – Respondió la esposa.

- Espere que yo sé, es por aquí

- Pero ahí dice entrada sin salida

- No, no, yo sé, yo entraba por aquí

- Pero ahí dice que no

- Espere y verá

- …

- Ahhh, hijueputa, sí, no era por aquí.

El bosque que gobierna el gran Ancón es hogar de perezosos, simios y diferentes especies de árboles y plantas caribeñas, a diferencia de las casas estilo americano que se encuentran en la antigua Zona del Canal y que hoy están abandonadas del lado del pacífico, las casas estilo americano que bordean el cerro están nuevamente habitadas, son un condominio por el que se debe transitar antes de subir. La temperatura y la humedad son superlativos y con ello la transpiración incluso en quietud es tangible y desagradable. Fueron los 30 minutos de subida y 20 minutos de bajada que más odié durante el viaje porque el calor me abrazó como nunca, me habitó sin dejarme tener ideas y a duras penas pude admirar la escultura de la poeta que acompaña la bandera izada en la punta del cerro y cuyos versos dicen:

Ya no guardas las huellas de mis pasos,

ya no eres mío, idolatrado Ancón:

que ya el destino desató los lazos

que en tus faldas formó mi corazón.

 

Cual centinela solitario y triste

un árbol en tu cima conocí:

allí grabé mi nombre, ¿qué lo hiciste?

¿por qué no eres el mismo para mí?

 

¿Qué has hecho de tu espléndida belleza,

de tu hermosura agreste que admiré?

¿Del manto que con regia gentileza

en tus faldas de libre contemplé?

 

<< Amelia Denis De Icaza >>

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El día que estuvimos en el Cerro Ancón también visitamos Colón. El territorio de Panamá en donde la vida comercial se hace presente. Este parece que es el verdadero Panamá que uno tiene en su imaginario latinoamericano, el del comercio, el recuerdo de las transacciones piratas, el querido por los comerciantes y el terror de la legalidad. Sus alrededores no combinan con los millones y millones de dólares que transitan a diario dentro de la zona comercial. De acuerdo con las cifras expuestas por el periódico La Prensa, en 2024 se hicieron transacciones comerciales por más de 24.500 millones de dólares. Hay varias entradas, restringidas para algunos, negociadas para otros, nosotros por nuestro acento y malicia indígena logramos pasar desapercibidos, pero nos miraron con sospecha. Colón es un barrio San Andresito, por dar un ejemplo, no hay viviendas, hay locales comerciales de todas las marcas: Adidas, Puma, Rolex, Apple, Samsung, Bosi, Lacoste. Ofertas todas, dinero mucho, calor intenso, bolsas por montones. Afuera de la zona la situación es distinta, las paredes son despintadas, las ventanas están rotas, las cortinas desteñidas, las personas descalzas, el olor es indescriptible, el calor inigualable.

 

Tomé algunas fotos de las fachadas de las casas porque me parecía curioso que estuvieran abandonadas, no lo estaban, la gente las habita así, no sé si por costumbre o porque no hay dinero para arreglarlas, pero el imaginario que tenemos de una zona marginal, en donde matan, roban y violan, es el ejemplo preciso para describir lo que ocurre afuera del sitio en donde se realizan las mayores transacciones en dólares de Suramérica. Básicamente tu pedido de Temu está pasando por aquí en este momento mientras la gente aguanta hambre, los taxis están sin ventanas, los parques no tienen prado y los aires acondicionados de los edificios son solo adorno.

Me imaginé a Panamá distinto, quise recorrerla como un turista consiente, no estuve en los edificios más altos, no comimos en lugares exclusivos, no disfruté del “Miami chiquito” como últimamente están bautizando el istmo. Me pregunté por el exceso, por el montón de edificios para un territorio tan pequeño, me angustié de no ver un sentido de pertenencia más allá de la costumbre y del disfrute del turista. Tatiana Pretel escribió una novela llamada “Las Mujeres que Bordaron su Libertad”, en esta se narra una Panamá más vieja que el Casco Antiguo, en donde los negros aún eran esclavos, y algunos blancos se creían los dueños del mundo. Aquí las mujeres eran las protagonistas, las amantes, las brujas, las salvadoras, las que manejaban a los hombres de distintas maneras y a quienes humillaron, violaron, mataron y acusaron para hacer respetar la tradición española.

 

Recorrer Panamá en sus sectores turísticos e históricos es importante desde una concepción consiente de las voces que gritaron libertad antes de morir. La construcción del Canal cobró vidas panameñas, colombianas, sudafricanas, costarricenses, nicaragüenses, venezolanas, chilenas, mexicanas, incluso estadounidenses de clase baja. El progreso que hoy se alardea es producto de la ambición norteamericana y mundial. La publicidad nos reafirma la corresponsabilidad con este territorio cada vez que Morgan Freeman dice que el mundo entero se beneficia del Canal y por eso es nuestro, de todos, de ti que pides por Amazon, por Temu, por internet. De ti que tienes acceso a productos extranjeros, nacionales y estadounidenses.

 

Panamá es un algo en este momento, tiene colonias chinas, judías y árabes, hay puentes, autopistas y centros comerciales. El puerto de Colón es administrado por Danitza Worrel, Jovira Joly y Elda Dailey, que en una entrevista para la revista “Ellas”, cuentan que en Panamá hay empleo, progreso y lucha constante por volver el istmo el Singapur de Latinoamérica. Es el sueño americano hecho realidad, solo está a una hora y media en avión desde el aeropuerto El Dorado de Bogotá. No es “difícil” entrar, tampoco salir. Es un país con el área territorial de un departamento colombiano, pero representa una economía sólida para este lado del mundo. Me queda la idea de lejanía que se siente en este territorio que ya no es nuestro, lo extravagante que es mirar y solo ver edificios y rascacielos, lo inmenso de admirar ambos mares y el recuerdo de las luchas que aún se tienen dentro del istmo.

 

Regresé a Colombia sorprendido, encantado, hastiado. Con ganas de volver, claramente, pero con la certeza del dinero que mínimamente debo ahorrar para disfrutar como turista de las posibilidades que tiene el país hermanastro.

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Texto y Fotos:

Johan Andrés Rodríguez Lugo

Director, Revista El Rollo

Magíster en Comunicación

Comunicador Social y Periodista

"No es que uno quiera, es que toca, entonces tin"

© 2010 by revista El Rollo

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