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VIERNES

10 - abril- 2020

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Ilustración: Cortesía de Magola / El Espectador 
 @naniopina  /  @tiracomicamagola / @EEopinion 

Este día siempre me ha parecido extraño, no solo hoy, es un momento pesado, aburrido, triste, como si de verdad se conmemorara la crucifixión de Jesús. Curiosamente siempre llueve, siempre, y mañana también lloverá, se acordarán de mí. Entiendo, obvio entiendo, que la Semana Santa se acomoda a las fases lunares y que por ello sucede lo que sucede, sin embargo, no me deja de impresionar el poder que tiene un día como hoy. Si mamá estuviera viva, me estaría regañando por hacer esto, por escribir, por usar el computador, por ver películas en Netflix o por decir malas palabras en un día santo.

     Mamá, cómo les he contado, era una mujer inteligente, muy sabia y excelente profesora, pero siempre me impresionó su capacidad para creer en ciertos agüeros. Era una mujer de fe, eso sí, nadie tenía más fe que ella, al menos no he conocido a alguien similar. Ella me animaba siempre en cualquier cosa y descubrió mi ansiedad desde temprana edad. A su manera me hacía calmar y a su manera me explicaba que todo iba a estar bien. Cómo quisiera que hoy me dijera: “Tranquilo, papito, todo estará bien”.

      Todos los Viernes Santos en mi casa se resumían a levantarnos, desayunar, salir a la procesión del viacrucis y luego ver La Pasión de Cristo en televisión. A ella le gustaba y más desde que se enteró que el papa Juan Pablo II había afirmado que esa película era aún menos dolorosa de lo que fue realmente este proceso para Jesús. Ese concepto que tenemos los católicos de venerar una cruz, la desdicha, el dolor, llevar siempre la cruz encima de nuestros hombros. Ella explicaba que cada quien carga su propia cruz y que no se le puede pasar a nadie más. Yo no entendía muy bien, era un niño, ahora entiendo, creo, a las malas, como aprendemos muchas cosas.

     Su paranoia santa era más extrema los Viernes Santos, y obvio hasta hace años yo no hacía muchas cosas, me limitaba ciertas prácticas y dejaba de hacer casi de todo, hasta usar el celular. Luego me dije, bueno, pero con un día que no haga todo no voy a dejar de hacerlo el resto del año, es un poco hipócrita, al fin y al cabo, cada uno reflexiona sobre sus pecados y sus cambios. La cercanía con la idea de Dios siempre ha sido parte de un descubrimiento constante. Y aun hoy, respeto mucho las formas que tiene cada quien para acercarse a su espiritualidad, no riño ni me burlo del pensamiento ajeno, pelear con la fe de otros me parece causa perdida. Más allá de mostrar cosas obvias y tangibles, discutir contra las creencias es un camino pesado y más para alguien como yo que la mitad de su familia pertenece a los Testigos de Jehová, la otra es católica, católica no practicante, cristiana y amantes del licor y la fiesta. Estoy en los extremos de todo.

     Hace días, cuando estaba organizando mi habitación, limpié algo que siempre está en la pared pero que pocas veces observo, de los pocos recuerdos que conservo de la profe mamá, su cristo. Regalo de una de mis hermanas, bendecido en Buga y cuidado por mamá como si fuera la reliquia más significativa. Conservo pocas cosas, no me gusta acumular nada. Pero siempre tengo en mi mente el viaje a Buga, doña Blanca caminando con el cristo entre sus manos, la llevada hacia el altar, la bendición y luego la posterior exposición en la pared justo encima de su cama.  Es inevitable para mí no pensar en mamá en esta época, cuando era tan activa, tan reflexiva, tan consciente de sus pecados y de su transformación constante. Toda la semana la he tenido en la mente y he mirado el crucifijo más veces que el resto del año.

      Ella solía silbar o tararear canciones mientras cocinaba, cosía, tejía o pintaba. Doña Blanca hacía demasiadas cosas, eso es una herencia que cargo como cruz, siempre estar haciendo algo, no tengo recuerdos de ella quieta, más allá de su siesta de 10 minuticos cada día. De resto, activa 24/7. Incluso años antes de su despedida, a sus casi 58 años, había reforzado sus conocimientos en Ciencias Sociales gracias a un curso que les hizo hacer el Ministerio de Educación a los Normalistas que como mamá nunca se habían especializado. Era muy extraño ver a mamá, una profesora, tan sabia y tan consciente de todo, estudiar y estudiar para sus exámenes, hacer tareas, repetir sus exposiciones, reunirse con sus compañeros a hacer trabajos, meses y meses en que mamá estudió y que mientras hacía oficio, de 5 a 6 de la mañana antes de irnos para el colegio, ella pegaba en los cajones de la cocina pequeños papelitos en los que estaba lo que tenía que estudiar. Mientras lavaba la loza leía, mientras picaba cebolla y tomate leía, mientras fritaba tajadas leía, repetía y luego tarareaba.

     Esos recuerdos vienen a mi mente, verla a ella, con su delantal blanco, su falda café y su blusa manga corta con estampado de periódico; lavando y cocinando mientras cantaba una de sus canciones favoritas, que hoy, es una de las que tengo en mi lista de reproducción para momentos desastrosos.

Con el corazón partido

Sin esperanza y sin fe,

Lloro un cariño perdido,

Que nunca, nunca, yo encontraré.

Se fue lo que más quería.

Todo mi amor se me fue,

Solo me hace compañía

El cristo de la pared.

Solo me hace compañía

El cristo de la pared.

 

Sus ojos llenos de angustia,

Secos sus labios de sed.

Parece que me dijeran:

No llores por su querer.

Parece que me dijeran:

No llores por su querer.

 

Por eso quiero rezar

Con devoción y con fe.

No hay oración en mis labios.

Solo tu nombre mi bien.

Yo no te puedo olvidar

Soy un profano lo sé

Cuando me hinco a implorar

Tu amor al Cristo de la pared.

SOBRE EL AUTOR

Johan Andrés Rodríguez Lugo

Futuro Comunicador Social Periodista Universidad del Quindío.

- Tomar café, comer mucha pasta, la música, los libros, los viajes, cosas simples y también algunas complejas - “No es que una quiera es que toca, entonces tin”- 

Contacto:

Facebook: https://www.facebook.com/johanandres.rodriguezlugo

Twitter: @UnJohanTin

Instagram: @Johan_RL

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