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Infamias romanas, sombras violentas, sinfonías hechas letras. Un vistazo a Pablo Montoya

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Cuando Johan, director de la revista El Rollo, me propuso entrevistar al escritor Pablo Montoya, los nervios no tardaron en aparecer. La idea de una entrevista hecha por mí me ponía los pelos de punta. Noté su risa al instante y me dijo que no me preocupara, que la entrevista la haríamos entre los dos. El propósito era ahondar un poco sobre Pablo como autor, hablar acerca de aquellas cosas que predominan en su escritura, sus formas políticas, la importancia que tiene para él dejar el prototipo de literatura política que tiene inmersos a varios escritores colombianos en la idea de escribir meramente sobre la violencia del país; generar preguntas alrededor de perfiles que se habían elaborado sobre el autor o tesis que se acercaban a su consagración como escritor, entre otras dudas que pudieran surgir. Todo este proceso me generó un cometido principal: aprender a preguntar.

Dediqué una parte del tiempo a leer sobre Pablo, ver entrevistas sobre sus obras, escucharlo hablar un poco sobre su infancia, conocer sus inclinaciones políticas y entender un poco más de esa visión que posee al respecto del proceso de escritura. Generé unas cuantas preguntas acerca de su narrativa y procedí a enseñárselas a Johan. Estaba tranquila; la conversación, una buena parte del tiempo, estaría moderada por el director; lo único que tenía que hacer era hacer mis preguntas y todo estaba resuelto. Pues bien, eso no fue lo que pasó. Dos días antes de la entrevista, mi compañero canceló porque la mascota de su sobrino se encontraba en mal estado y él haría su labor como tío y cuidaría de ella… Ahora, ¿qué procede?

Pues acercarnos a Pablo Montoya Campuzano como autor y académico. Nacido en Barrancabermeja en el año 1963, pero criado en Antioquia una buena parte de su infancia y adolescencia, Pablo es un escritor y profesor de literatura colombiano, conocido por obras como: Viajeros (1999), Réquiem por un fantasma (2006) Cuaderno de París (2007), Lejos de Roma (2008), Tríptico de la Infamia (2014), y su más reciente trabajo: La Sombra de Orión (2021). Si bien posee varias obras que nos permiten conocer un poco más sobre las historias de diversos rincones de Europa, ¿qué sucede con lo que nos aqueja en el país?  ¿Acaso Colombia no tiene violencias por narrar? ¿Los escritores colombianos no tienen el deber de esclarecer lo sucedido a través de la belleza del lenguaje?

No sé si un deber, pero depende del escritor de todas maneras. Eso es lo que yo he tratado de hacer; lo que yo he querido hacer es, primero, quitarme de encima la obligación identitaria, quitarme de encima la obligación nacionalista, de que yo tengo que escribir sobre Colombia y es mi compromiso como escritor y mi deber. He tratado de, por supuesto, no olvidar mi condición de colombiano, pero soy un colombiano abierto al mundo. A veces he pensado, ¿por qué no escribir una novela sobre Marte o sobre Venus, sobre otra galaxia? Si los gringos escriben sobre eso, los rusos, los franceses, ¿nosotros por qué no? ¿Por qué no escribir sobre ciencia ficción y hacer la literatura bella a partir de la ciencia ficción? Claro, yo sé que la ciencia ficción está muy asociada a los grandes imperios que han desarrollado la conquista espacial y Colombia no tiene ningún satélite en el mundo o en la estratósfera.

Colombia es un país que está todavía girando en torno a su propia historia, hay que desentrañarla, y creo que es obligación también, o me parece pertinente que los escritores colombianos hagan eso, y yo lo he hecho. Pero no acepto, bajo ninguna justificación, como escritor, a que me obliguen a escribir solamente sobre Colombia. Ahora bien, hay una literatura colombiana que describe asuntos que no están relacionados con esa violencia. Y hay literatura muy bella que aborda estas otras facetas de los colombianos: su vida privada, el amor, la familia, la relación con la naturaleza, hay cosas muy bellas. No es que tengamos que escribir solamente sobre la violencia.

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Pablo es un escritor que no es afín con esas obligaciones impuestas por la identidad nacionalista, más bien encuentra sus propias formas de narrar y viajar por el mundo a través de sus obras. Antes de convertirse en el escritor que es hoy en día, su carrera artística fue interferida por la medicina, ya que su padre José Montoya, médico cirujano, deseaba para su hijo el mismo camino que él había elegido. Sin embargo, después de cuatro meses abandonó la Universidad de Antioquia y se dirigió a Tunja, donde profundizó sus estudios de música, filosofía y letras. Para él la música ha tomado particular relieve en su recorrido como escritor, porque no se trata solamente de encontrar palabras que encajen en una oración, sino también formar una sinfonía con ellas, hacer música la escritura.

Yo tuve una formación musical. Estudié música durante muchos años y fui músico, y tengo una manera muy particular de escuchar la música, y lo que he tratado de hacer con la escritura es trasladar esa percepción de la música que yo tengo a la escritura. Siempre he pensado que las palabras son, de alguna manera, sonidos, sonidos que se pueden escribir, y que tienen una especificidad, y sobre todo he tenido muy claro que mi relación con la palabra es una relación de tipo artesanal.

Cuando escribo, trato de pulir al máximo eso que estoy escribiendo, de tal manera que me quede un objeto, más o menos, perfecto. Pero la perfección en el arte me parece que es, generalmente, inalcanzable. Pero lo que hace un escritor y artista como yo es tratar de rozar esa perfección. Entonces algunos lectores han sentido eso cuando leen mis libros, que hay un trabajo minucioso, que hay un trabajo de elección de la palabra, que hay un pulimiento un poquito excesivo a veces, que hay una sonoridad que se busca.

Pero evidentemente todo esto no se trata solamente de un artificio sonoro, esto tiene un significado, y lo que yo trato de contar en mis textos es una historia, fábula, reflexión, una impresión, una sensación, y trato de hacerlo de la mejor manera. Sabiendo finalmente que hay una carga muy fuerte en la literatura que me interesa a mí con lo estético, con el sentido de lo bello. Me interesa la belleza en la literatura, a pesar de que haya horror, desgracia, sangre, desesperación, desesperanza. Pero me interesa que la construcción de la frase y el edificio escritural que yo propongo sí tenga una relación con lo bello.

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A través de la escritura Pablo comenta que logra consolarse a sí mismo de diversas violencias que acontecen en su diario vivir; ha encontrado en las letras una forma de salvarse de la desesperanza que lo aborda continuamente.

Yo soy muy sensible hacia las cosas positivas de la humanidad, no faltaba más. Me gusta mucho la casa donde vivo, ver la naturaleza, escuchar música, hablar con mis amigos, amar y ser amado. Pero soy también consciente de que hay un gran desajuste en las sociedades humanas. Estamos construidos de manera muy complicada. Entonces un poco también por sentir la fragilidad del cuerpo, que somos frágiles, perecederos, al menos, corporalmente. El cuerpo se desintegra, se degrada y finalmente se quema, lo que queda de nuestro cuerpo es un puñado de cenizas, y esa sensación de fragilidad del cuerpo, me acompaña continuamente. Yo creo que soy un escritor que escribe desde la conciencia de la fragilidad. Escribir es una forma de consolarse en ese sentido…

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Esa reacción ante lo bello cobra relevancia en cada una de las obras del escritor, la meticulosidad para escoger cada palabra, el deseo por transmitir una sinfonía escrita que se pueda denotar en cada leída. Lo estético se enfrenta con lo crudo, lo complejo con lo simple, y es que se puede narrar la misma cuna violenta desde distintas miradas. En este caso Pablo escribe sobre la violencia, a través de la ficción y lo atractivo, en contraposición con Gilmer Mesa, quien narra mediante lo atroz y emplea lenguaje que para algunos puede oponerse a la elegancia.

Me parece que lo que hace Gilmer Mesa es muy interesante, muy pertinente. Gilmer es un escritor también atormentado como yo, por esa violencia que se ha cernido sobre Medellín, sobre el país, y él enfrenta esos núcleos de la violencia con mucha valentía y trata de sumergirnos en esas profundas heridas que tenemos frente a nuestro pasado histórico. Eso es necesario hacerlo.

Creo que la literatura se ha encargado de hacerlo siempre, desde la Ilíada, desde Homero, hasta nuestros días, pero cada generación tiene el deber de renovar esa tradición, de transformarla, cambiarla; de contar las mismas historias pero de otro modo, de otra forma. Gilmer se ha basado un poco en su vivencia personal, es un habitante de estos barrios populares de Medellín, surge de allí, sabe de lo que está hablando, y él se apoya en esa tradición literaria de Antioquia. Es fundamental que la literatura se transforme, que la literatura cambie, que la literatura sea renovada por las nuevas voces.

La violencia es un factor en común que comparten algunos de los escritos de Pablo, y esta, a su vez viene acompañada de una representación en particular, la cual es el exilio. En el año de 1993 Montoya emprende su viaje a Francia para realizar sus estudios de maestría y doctorado en Estudios Hispánicos y Latinoamericanos en la Universidad Sorbona Nueva-París. Este período de su vida se caracteriza por un exilio y desolación que serán presenciados de nuevo, luego de que el escritor decida volver a Colombia en el año 2002. Durante este tiempo, Pablo acude a consolarse por medio de la escritura, crea personajes que reflejan su condición de exiliado, narra sus experiencias mediante personajes que funcional como alter egos, desempolva la historia, pero a su vez, la codifica para expresar la violencia que vivió aquellos días. Sin embargo, ¿habrá otras violencias que no sean particularmente el exilio, las que hayan vivido los personajes de Pablo?

Todo dependiendo de los libros, por ejemplo en Los Derrotados hay una forma de abordar la violencia personal a partir de la relación que ella ha mantenido con las ciencias naturales, digamos con los intelectuales, pero eso también me concierne a mí, porque yo soy un intelectual y he sido una persona completamente inquieta por el conocimiento. Entonces, en tanto que colombiano, he padecido diversas violencias y las he introducido en mis libros. Evidentemente no he participado de ninguna guerra como participó Caldas,  por ejemplo, en la guerra de la Patria Boba, pero me interesa esa relación de Caldas con el conocimiento atravesado por la guerra, en tanto que he sido un ciudadano colombiano y un escritor que también ha sido golpeado por ella.

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Y es que algunas de estas modalidades violencias, son las que llevan a la ciudadanía a cuestionar si Colombia vislumbrará algún tipo de cambio con la posición del nuevo gobierno que se avecina; un gobierno compuesto por ideas diversas alejadas de ese costumbrismo, de la derecha que parecía difícil de derrocar, de esas formas violentas que acabaron con la vida de miles de colombianos. Ahora algunos se cuestionan: ¿será que se avecina algo transformador para este proyecto en forma de nación?

Pues yo espero que así sea, por el beneficio de las generaciones futuras. Ojalá desmontemos los ejércitos, los legales y los ilegales, o los ilegales primero y después los legales o que reduzcamos su enorme presupuesto que exigen. Yo soy un anti guerrero, un anti militarista completo. Por supuesto que en mi juventud tuve veleidades con las guerrillas, con el EPL, pero muy rápidamente me di cuenta que esa propuesta armada era una locura, y no me cabe la menor duda de que lo fue. Todo lo que han hecho las guerrillas bajo una justificación de justicia social ha sido verdaderamente detestable y aparatoso. Pero lo que ha hecho el Estado… Yo soy de los que pienso que este país está así como está por culpa de nuestros dirigentes políticos y de sus castas dominante; ellos son los grandes responsables. Evidentemente ellos han sido nombrados por un grupo de votantes y esos votantes también son responsables de lo que han nombrado como líderes políticos y líderes sociales. Ahora estamos en un cambio o en una esperanza de cambio, esperemos que así sea. La cuestión es que no sé si esos cambios podrán ser gozados plenamente por las generaciones futuras, porque lo que se viene encima es las consecuencias del cambio climático.

Y como le dije ese día: esperemos que las futuras generaciones y las que vienen puedan vislumbrar un cambio. Así que después de ahondar un poco sobre Pablo Montoya, no solo como autor, sino como sujeto político e individuo permeado por la sensibilidad, la invitación es a que descubran un poco más de él, en las distintas facetas que tiene por ofrecer para sí mismo y para los lectores.

Soy un escritor que tiene diferentes momentos en su carrera literaria; hay unos primeros libros de aprendizaje, esos no son muy recomendables, pero sí creo que hay a partir de la Sed del Ojo o de Viajeros una propuesta, que me parece que ellos podrían gozar. Que se acerquen a esas relaciones que yo le propongo al lector: violencia, historia y arte.

En el cine encontramos una paleta de colores; en la escritura, una paleta de palabras, y Pablo Montoya Campuzano es un puente entre la paleta y el papel. Quizá no sean tonos coloridos los que presenciemos en su escritura, pero sí podremos navegar en el océano de lo desconocido, tanto escritural, histórica, artesanal, como violenta y políticamente.

Que se acerquen, que tengan en claro esa búsqueda del estilo, de la palabra exacta, que no se desanimen porque yo les pongo alguna palabra extraña, difícil, que para eso está el diccionario ahí.

Texto

Laura Ximena García López/ Community Manager

Internacionalista en formación.

Periodista de corazón y feminista por elección.

"Sí, soy Laurel y Tomillo, pero los panitas me dicen Lauchis"

Fotos y audios

Jorge Alberto Mendoza / Editor General

Comunicador Social - Periodista 

Universidad del Quindío.

 "No se mucho de nada pero me gusta aprender, ramonero de corazón y enfermo por las imágenes".

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