Villa de Leyva: Un baterista y todo un país en sus calles.

Atrás quedó el paisaje casi desértico que se ve al salir del Huila. El aire caliente que entraba por la ventana del carro se fue volviendo más fresco y los cactus, los cultivos de arroz y de trigo fueron reemplazados por los bosques secos, del altiplano cundiboyacense. Es difícil viajar hacia Villa de Leyva y no pensar en las calles empedradas, las casas blancas, y la manera en que este pedacito de país conserva hasta hoy la época de la colonia española. Pero el objetivo de este viaje es también encontrar a un muerto, encontrar las huellas que él también dejó allí.
Fueron casi 19 horas viajando, incluyendo la noche en que dormimos en el municipio boyacense de Ventaquemada. Mi mamá, padrastro, mis dos hermanos, mi abuela, tías, prima y yo aprovechamos para conocer el puente de Boyacá, el escenario de la batalla independentista más conmemorada en Colombia. Esta visita me sirve para entender de una vez por todas que la historia de Colombia y mi búsqueda van a estar relacionadas durante todo el viaje.

Cuando llegamos a Villa de Leyva a las 8:00 am del 19 de abril, el municipio estaba abarrotado de gente y sobre la Plaza Principal había curiosos turistas maravillados ante la inmensidad del parque empedrado, en cuyo lado norte está ubicada la iglesia Nuestra Señora del Rosario, que parece abarcar de este a oeste el lugar. Alrededor de la plaza hay también ventas de artesanías, hoteles y restaurantes.
Esta es una ciudad blanca, de ventanas y balcones pintados de verde, en cuyas calles empedradas parecen todavía sonar los cascos de los caballos que montaban los conquistadores, y cuyos tejados de barro contrastan con el cielo gris, casi a punto de llover que había aquel día y con las montañas verdes, a veces azules, que se ven desde cualquier punto del lugar.
Inevitablemente tendré que recorrer cada calle, zanja y camino del municipio si quiero llevar a cabo el ambicioso plan de encontrar un muerto. Y el primer lugar al que debo acudir es a la Casa Quintero, porque es esta la que acogió al hombre que busco. O al menos a quienes sí lo conocieron.

El primer paso para hacerlo es preguntar dónde es la Casa Quintero. Sin embargo, aquí entre este ir y venir de la gente, entre casas, bares, museos y patrimonio histórico es tedioso saber quién es turista y quién no. Por fortuna, aparece por una de las calles que desemboca en la plaza principal un hombre bajo, de cabello lacio, vestido con ruana y pantalón café. Él me da las indicaciones y con ello encuentro que la casa está justo al lado, muy cerca y muy fácil de encontrar.
El lugar es una casona, de 4 patios interiores de baldosas rojas, con paredes del color de la greda, tejados de barro, y en cuyo interior hay ventas de comidas rápidas, artesanías y un bar que tiene sobre la fachada una placa que dice: “EN ESTE LUGAR TOCÓ SU ÚLTIMO CONCIERTO BILL LYNN BATERISTA DE ELVIS PRESLEY EL 2 DE ENERO DE 2006. FALLECIÓ EN VILLA DE LEYVA EL 5 DE ENERO DE 2006”. ¡Eureka!

El primero en recibirme es el encargado de administrar el servicio de los únicos baños que tiene Casa Quintero. Azaél Arévalo. Él es quien me dice que en realidad a Bill Lynn no lo conocía nadie en el municipio. Es más, ni siquiera él sabía la totalidad del nombre, para él fue el baterista de Elvis. Si bien es cierto que vivía allí, nadie se imaginaba que hubiese sido el baterista de El Rey.
De hecho, aquel desconocimiento y anonimato llevaron a Bill Lynn a pedir trabajo como cualquier persona en Villa de Leyva, y quien le dio la oportunidad fue Zarina, propietaria de la pizzería Toscana que quedaba al frente de Zarina, me cuenta que un día Bill se acercó a solicitarle trabajo, o más bien el permiso de dejarlo tocar la batería dentro del negocio. Ella lo aceptó, ignorando aún el personaje que tenía al frente. Allí tocó durante seis meses, llamando la atención de turistas y habitantes por su estatura, su piel blanca y el “spanglish” que usaba al hablar.

Con ese halo de misterio Bill trabajaba día tras día, haciendo lo que le gustaba y de lo que más sabía. La curiosidad que despertaba en quienes visitaban la Casa Quintero se fue acrecentando y en algún momento nació la sospecha, cada vez más pública, de creer que detrás de aquel hombre había una gran historia.
Esa curiosidad, y esas ganas de descubrir y sobre todo de conocer al baterista llevaron a Eduardo Quintero a buscar información, y tras algunos días, en los que además conversó con Bill, tomó la decisión de construir otra fracción dentro de la casa, pensada única y exclusivamente en ser un lugar en el que Lynn pudiese tocar plenamente la batería. Por ello, el lugar contó con paredes dobles que impedían que el sonido provocado por la batería molestara a los visitantes y dueños de los negocios aledaños.
La decisión la tomó en el momento en que se enteró que detrás de aquel “spanglish”, se escondía efectivamente una gran historia, que incluía además una superestrella norteamericana. Elvis Presley. El icono, la fotografía, el baile, la voz y la leyenda.
Aquella historia no inicia con Bill Lynn, inicia con Guillermo Alfredo Rueda, el colombiano que desde los dos años vivió en Estados Unidos y que coincidió en un estudio de Paramount con Elvis, El Rey. Pero, con El Rey después del servicio militar, después de la invasión musical británica, después de The Beatles. En EEUU, Guillermo se cambió el nombre por Bill y dejó el apellido de su mamá, Lynn, se convirtió en Bill Lynn el baterista de Elvis, para películas como Easy Come Easy Go (1967) y canciones como It´s now or never. En aquel estudio también fue el baterista de Ray Charles en sesiones de grabación.
Esta historia parecía no conocerla nadie en aquella casona. Ahora, contaba con un bar en el que el solo músico era un motivo de atracción de fanáticos y no fanáticos de la música de Elvis. Era una caja de historias, en las que participaba una estrella internacional, hoy inmortal, de la que todo el mundo en algún momento ha escuchado hablar. Además, tenía un ingrediente extra, era colombiano.

Por otra parte, el diseño del bar atrae. Con pisos de madera, lustrados, paredes de ladrillo, que en su conjunto hacen sentir a quien la visita que está dentro de una casa del siglo XVI, aunque en realidad el bar haya sido construido hace muy poco. En la parte superior del bar, casi como una entreplanta, se encuentra el segundo nivel del establecimiento se llega a través de unas escaleras que al final tienen un peldaño-balcón, sobre el cual se sentaba Bill con su batería.
Cuando salgo de allí, la misma ciudad colonial me está esperando, con el cielo gris y un viento que casi es helado, siempre presente y siempre fuerte. Las calles adornadas con flores, faroles y veraneras parecen gritarle al mundo la historia colombiana, que para darle un toque de modernidad trajo al amigo y compañero de trabajo de un “RockStar”.

Villa de Leyva parece negada a soltar su importancia como patrimonio material del país. Pero con sorpresa descubro que esta ciudad ya estaba destinada a ser lo que es mucho antes de los españoles y de Bill Lynn. Estaba destinada a ser capítulo aparte en nuestra historia, y lo que es más en la del planeta.
De eso me doy cuenta cuando veo las réplicas de los dinosaurios en el parque temático Gondava. Tan enormes que dan la impresión de que en cualquier momento van a recuperar la vida y que los seres humanos no seremos más que nubes de polvo. Y es que aquí en el extenso territorio que constituye a Villa de Leyva, contando su zona rural, se han encontrado restos fósiles de animales muy pequeños, pero también de algunos muy grandes que poblaron el planeta y se extinguieron, mucho antes de que los españoles acabaran y evangelizaran a la población indígena que habitaba el lugar.
Por ello me convenzo cada vez más que Villa de Leyva es un imán. Es uno de los epicentros de la cultura y de la historia sin importar la época. Parece estar condenada a que en sus casonas y en sus calles vivan algunos de los personajes más ilustres y recordados en Colombia. La lista puede ir desde Antonio Nariño hasta Vargas Vila, y desde Vargas Vila hasta el baterista de Elvis.
Bill Lynn, se fue de Villa de Leyva de la misma forma en que llegó, sin que nadie se diese cuenta. Aunque en los medios de comunicación la muerte del baterista de Elvis fue ampliamente difundida, en el municipio nadie sabe a ciencia cierta de qué murió. Por ello, algunos dicen que falleció a consecuencia de un cáncer de pulmón, otros dicen que de neumonía y otros que simplemente una mañana empezó a toser y en las horas de la noche se iba del municipio dejando el mismo halo de misterio e incertidumbre que generaba cuando era el músico de la pizzería.

Por otra parte, Casa Quintero se ha transformado y renovado, convirtiéndose en un lugar muy distinto al que Bill Lynn dejó en 2006. Porque de hecho la pizzería Toscana que fue el primer lugar de trabajo del baterista en Villa de Leyva hoy no existe. En su reemplazo hay un restaurante Mil977 Steak House que tiene como especialidad la venta de carne preparada al carbón. El lugar tiene ahora botellas colgadas en su techo, que brillan y relucen gracias a la luz que entra a través de las ventanas.
La taberna en la que Eduardo Quintero acogió a Bill y que fue construida especialmente para él ha llevado a lo largo de estos 13 años su propia historia. Algunos años más tarde de la muerte del baterista fue un restaurante de comida orgánica llamado Savia. Ahora, funciona un restaurante que lleva por nombre Bambú.

Todo aquí en Villa de Leyva parece estar sufriendo cambios constantemente, pero al mismo tiempo conservar su historia de una manera tan duradera que se puede tocar, ver sentir y oler. La naturaleza es prueba de ello, por eso cuando se me presenta la oportunidad de volar en helicóptero, por primera vez en mi vida, no dudo en decir que sí.
Desde arriba se ven las montañas arcillosas y los ríos esmeralda circular a través de ellas. Alrededor se ve una gran extensión de tierra que se ve interrumpida por el grupo de casas y calles, que lucen como un pesebre, Villa de Leyva. La llovizna nos acompaña durante todo el trayecto. Mis pies que van en el aire, sienten el frío que se filtra y sube a través de las botas del pantalón.

Cruzamos la plaza principal del municipio, los pozos azules y el parque Gondava, todos los lugares que visitamos, en un tiempo de 4 horas aproximadamente, el cielo gris casi a punto de llover sigue con el mismo aspecto, y de tanto en tanto el aviador consigue que tengamos la impresión de irnos en picada contra alguno de los peñascos, esa es la última cara que nos muestra Villa de Leyva, la ciudad de todas las épocas.
Laura Catalina Cardona Lozada Comunicadora social y periodista
Instagram: @lauracatalinacardona