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Susceptibles por aceleración

Texto: Luis Restrepo    
Fotos: Christian Acuña 

Obertura

 

Lo siguiente nace de la experiencia sensitiva y especialmente deductiva que otorga la existencia como magna expresión de energía entre la concepción de la vida y la muerte. No es un valor absoluto, ni un dogma de fe; es tan sólo una forma divergente de concebir los sentires del espíritu, acercando teorías tan disímiles, que al explorarlas resultan complementarias hasta confluir en una vasija de múltiples saberes y emociones. Es esto, una breve apertura de la conciencia, pero un gran cuestionamiento frente a la imposición de pensamientos y acciones que aniquilan la diversidad de la energía universal, tanto en cuerpo como en alma, que se elabora a partir de la memoria, los sueños, las experiencias extrasensoriales y las perspectivas presentes en el tiempo del ser y en el espacio del estar. Perseverar en esta escritura simboliza una aventura íntima, pero de expresión colectiva, como un recorrido narrativo y cósmico, que va más allá del claustro.

Qué tan extraordinaria y compleja es la mente de la especie humana, fuerza del pensamiento abstracto que juega con las leyes del todo a imagen y semejanza de un universo que apenas pretendemos conocer. Somos energía en espiral, susceptibles por aceleración al desborde del tiempo, convulsivos ante el impulso agitado y siniestro del poder del miedo. La diversidad de un sin fin de matices que se debaten, desde el génesis de la vida, entre la dualidad de lo bueno y de lo malo: “De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien, que el día en que comieran del árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal”[1]. La eterna batalla entre la bondad y la maldad, el cielo y el infierno, la vida y la muerte, nos conduce a excelsas expresiones desde el cuestionamiento primordial de la vida: La búsqueda de respuestas a los interrogantes que concebimos a partir del inicio y el fin de la existencia misma. Permanecer a través del tiempo y el espacio permitió construir simbolismos, conceptos, caminos, acciones, indagaciones, movimientos; múltiples elementos y compuestos que convergen en una sagrada e infinita espiral de energía.

La conformación de esa convergencia originó saberes que proporcionaron la incógnita natural que el ser humano se plantea sobre el cómo y el porqué de las cosas de la vida. Entre esos conocimientos, y como proceso formativo desde la antigüedad: el lenguaje y la oralidad, como representaciones de los sentires del espíritu; la pintura y escultura, como creaciones de la visión multidimensional de la existencia; la escritura, como la expresión apacible de las concepciones narrativas; la agricultura, como esa relación bellamente íntima con la tierra y el alimento; la ingeniería, como la construcción de obras monumentales; la música, como mensajera y guardiana de los sonidos de la historia; las ciencias naturales, como la representación biológica de la comprensión de la naturaleza; las ciencias exactas, como la perspectiva lógica del entendimiento de los saberes universales; las ciencias sociales, como la exploración constante de las relaciones humanas y culturales; lo psíquico, como el sentido investigativo de la conducta y el carácter de la mente; y lo sobrenatural y paranormal, como la búsqueda mística de respuestas frente a lo que nos es oculto y desconocido, que siempre nos rodea y nos aterra, pero al mismo tiempo nos encanta e hipnotiza.

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[1] La Biblia: La Caída. Génesis, capítulo 3, versículos 4-5

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Evolución

Nuestro planeta tierra contempla extensas eras de creación, evolución, destrucción, y de nuevo, creación. Cientos de miles de años en donde las cadenas de ADN perfeccionaron la vida y moldearon al primer ser homo sapiens, vencedor en la prehistoria por encima de los residuos de otras especies extintas y olvidadas. Desde los antiguos primates, refugiados en lo alto de los árboles, con considerable inseguridad ante las grandes bestias carnívoras y con nula capacidad para ver por encima de los altos pastizales, hasta el homínido erguido, conocedor y manipulador de la piedra y del fuego, que comenzaba a alzar la vista hacia el cielo para leer las estrellas y concebir el origen del todo, se ha construido una compleja red de creencias religiosas, espirituales y científicas; una excelsa trinidad en donde un eslabón perdido se halla y se cruza entre la simbología de lo primitivo y lo civilizado, y que con el paso del tiempo ha hecho de la vida y la muerte su mayor devoción. Conceptos absolutos de dichos dogmas, en cuanto al ser humano, como la creación desde lo divino, la trascendencia energética o la evolución a partir de la aleatoriedad del universo, encontraron un lugar propicio en el pensamiento y actuar de la humanidad, para comprender y relacionarse con lo circundante en la naturaleza. Pero esa comprensión, ha generado miedo, y esa relación, muerte.

El tiempo avanzó, así mismo la presencia del ser humano a través de la historia. El instinto perceptivo de la antigüedad, se convirtió en la histórica comprensión evolutiva de la razón, escalando un grado por encima de nuestra primitiva relación sensitiva con el reino animal. “Está demostrado que el ser humano y los animales superiores, especialmente los primates, tienen en común algunos instintos. Todos poseen los mismos sentidos, intuiciones y sensaciones; pasiones, afectos y sentimientos, aún los más complejos, los tienen parecidos. Experimentan la sorpresa y la curiosidad, las facultades de imitación, atención, memoria, imaginación y raciocinio, aunque en grados muy distintos”[1]. Concebimos la vida animal como seres de inferior categoría, pretendiendo desconocer su pasado y recorrido en relación a nuestro origen salvaje.

Inquietante cuestionamiento genera la iniciación y posterior colonización transcontinental del ser humano en el mundo. Se dice, según descubrimientos arqueológicos, que nuestros parientes más lejanos provienen de la solemne África, con la Eva Mitocondrial[2] y el Adán Cromosómico[3], desde donde se desprende una múltiple progenie a partir de la desaparición del Homo Erectus y del Homo Neanderthal, para darle paso al dominio contundente del Homo Sapiens. “Reproducid y multiplicaos, llenen la tierra y sométanla”[4] se convirtió en religiosa obligación en una primeriza civilización humana que recién creía concebir la idea de lo bueno y de lo malo, pero, que, de forma sumisa, atendía las demandas, los sacrificios y los castigos de una entidad superior como pruebas irracionales e incuestionables de fe. De este a oeste, la deriva continental post Pangea[5], permitió que la gran Abya Yala, mal conocida con su nombre colonial de América, estuviera perdida ante los ojos del genocidio de la corona y la cruz sólo hasta hace poco más de 500 años, permitiendo así, uno de los mayores exterminios de la historia, para la imposición santa y oficial del dogma de la espada, la moral y del bien. Para los albores del Renacimiento, fuimos Nuevo Mundo, ahora, a imposición globalizada del desarrollo, somos Tercer Mundo.

Las extensas estepas de la África negra, los ardientes desiertos del Oriente Medio castaño, los vagabundos bosques de la Europa nívea, las furiosas montañas de la India marrón, el sol naciente de oriente de la Asia amarilla, las majestuosas selvas de la América colorada, las coralinas islas de la Oceanía maorí, los perpetuos fríos de los Polos congelados; cada cultura con amplia inteligencia, pero con distintas velocidades de evolución física, cultural y mental en relación a los elementos y seres del entorno, a los animales y plantas presentes, y a la visión y lectura de la tierra y del cielo. África es madre biológica, Abya Yala es madre adoptiva.

Los ciclos de tiempo de la tierra y de la civilización humana expresan el indicio de la espiral evolutiva de la historia del mundo, en donde la Sucesión de Fibonacci[6], que se ve reflejada en diversas configuraciones biológicas de la naturaleza, nos amplifica y nos da una bella descripción de cómo la vida podría verse manifestada como una concepción cambiante y acelerada, en una especie de arco circular numérico y exacto que logra descifrar la existencia de los últimos cientos de miles de años.

 

Teniendo en cuenta la cronología científica e histórica de la tierra, se puede desmenuzar el siguiente historial: Comenzando desde la primera referencia del Eón Hádico, hace miles de millones de años, pasando por el Eón Arcaico, el Eón Proterozoico, el Eón Fanerozoico, de donde se desprende la Era Paleozoica, la Era Mesozoica, hasta la actual Era Cenozoica (desde hace 66 millones de años), que comprende el periodo Cuaternario (últimos 3 millones de años), el Holoceno (últimos 10mil años), con la aparición y predominio del Homo Sapiens durante la Prehistoria, en la Edad de Piedra y la Edad de los Metales, el origen de las primeras civilizaciones humanas durante la Edad Antigua (milenio IV a.C – siglo V d.C), pasando por la Edad Media (s. V – s. XV), la Edad Moderna (s. XV – s. XVIII), hasta la Edad Contemporánea (s. XIX - actualidad), con el auge del imperio destructivo del Antropoceno.

Cada fragmento de historia tiene un tipo extensión y de aceleración diversa y múltiple, en donde los intervalos entre los cambios de eras y edades, son más cortos que el anterior, pero más apresurados a medida que el tiempo avanza desde una perspectiva de acción geológica y de acción humana como fuerzas creadoras-destructoras del todo. El tiempo se convierte en una espiral con mayor aceleración, revolución y cambio en proporción a edades anteriores.

Todo lo que tiene un principio se plantea desde la perfección y bienhechor al ojo de la universalidad, pero, al llegar el fin, instintivamente los humanos recurrimos a la opción negativa de la existencia, al concepto intrínseco de maldad y muerte. ¿Qué ocurre entonces cuando lo bueno se convierte en perversidad? Es un cuestionamiento infinito, reflejado en un pensamiento abstracto que se convierte en real desde la concepción del miedo, vigorosa fuerza energética que se convirtió en la satisfacción placentera del sometimiento a quien piensa distinto, a quien es diferente.

 

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[1] El Origen del Hombre. Charles Darwin.

[2] Antepasada femenina común que comparte la población actual humana.

[3] Antepasado masculino común que comparte la población actual humana.

[4] La Biblia: Génesis 1,28

[5] Supercontinente que existió al final de la era Paleozoica y comienzos de la era Mesozoica que agrupaba la mayor parte de las tierras emergidas del planeta.

[6] Término matemático que demuestra una sucesión infinita de los números naturales. “Cada término es la suma de los dos anteriores. Es la relación de recurrencia que la define”.

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Miedo

La evolución moldeó un miedo instintivo a ciertos elementos y actos de la naturaleza, concibiendo la decisión primaria de refugio y protección de la manada. Los primeros grupos humanos, huyeron, inteligentemente, del caos de la lluvia, del sol ardiente, y de las bestias hambrientas. Ese temor es lo que nos enaltece como seres vivos y nos impone ante el paradigma de la muerte. Nuestro primer techo fueron las estrellas, luego las cavernas. Fuimos nómadas recolectores, para luego con primitivas herramientas ser cazadores. Domesticamos plantas y animales. La vegetación y los astros nos enseñaron el inmortal valor de las semillas. La agricultura se convirtió en la memoria del alimento y las estaciones en calendario vital para la siembra y la cosecha, mientras se forjaban las primeras civilizaciones cerca a los ríos. La piedra y el fuego en la edad de los metales, dieron origen a la colonización de nuevas tierras, descubriendo que el exterminio, y posteriormente la opcional conversión dogmática, de los enemigos, se convertiría en uno de los negocios más convenientes en la historia de la humanidad.

Aquel temor se transformó en un absurdo y déspota odio de colores. El racismo, como pensamiento y accionar discriminatorio, es la plena convicción del temor que siente el ser humano a lo que es disímil. La validez de esta desconfianza nos ha convertido en parásitos del tiempo. Le hemos proporcionado ilimitado valor al miedo porque enaltecemos nuestro temor a lo que nos es desconocido. Permitimos, impunemente, la victoria de la muerte sobre la vida. El miedo genera odio, y el odio produce muerte. Infringimos malestar y dolor a lo que nos causa desconfianza, a quien piensa de forma divergente. Una cadena terrorífica que se transmite de generación en generación. ¿A qué le tememos? ¿Qué tipo de pensamiento merodea nuestra mente para destruir la diferencia? Indudablemente, ha de ser algo de suprema omnipotencia, algún tipo de ENERGÍA que desborda el entendimiento humano, algo inconmensurable frente a las teorías del Ser y Estar del mundo, que es capaz de producir vida y quitarla al mismo tiempo.

La política, la religión y el dinero son representaciones energéticas del miedo, surgidas en los albores del tiempo humano como símbolos de poder y sometimiento. Desde los tiempos del pensamiento clásico, se ha considerado a la especie humana un ser político, con la capacidad social de vivir en comunidad. Ser y estar seguro frente a la cercanía de alguien; poseer y desposeer por herencia, adquisición o a la fuerza, un retazo de tierra; y participar inevitablemente en las imposiciones de los sistemas hegemónicos; todo esto, siempre y cuando, la libertad de elección y votación bipartidista, y el derecho a poder desenfundar un arma en los tiempos victoriosos y tiránicos de las mayorías, permita a una bicéfala y bufonesca democracia, elegir, en sus urnas de promesas falaces, la legitimización corrupta del crimen y la impunidad. La adoración y el sacrificio como pedestales de las religiones buscan la comprensión básica de la vida y la muerte, en especial, las de carácter monoteísta, que han construido su historia milenaria en la relación de “miedo y sumisión” al dios patriarcal y unidimensional de La Torá, La Biblia y El Corán, con el poder del temor que salva al creyente y condena al impío, en donde la fe, en ocasiones ciega y aciaga, de no mover montañas completamente, por lo menos asesina a millones, dominando y sodomizando el cuerpo y pensamiento. La opulencia y decadencia de la especie humana, obra del dinero, como mandato del “papel basura”, engorda la tiranía de las clases élites que pregonan su deidad desde la adoración de las bolsas de valores y los bancos, malévolos expropiadores a quienes ─ cruelmente ─ el vulgo y la muchedumbre, en las revoluciones comunitarias, rompen sus finas murallas de cristal.

Con la politización del poder se edifica el establecimiento de estados e imperios, que imponen visas y fronteras, produciendo una separación de territorios, comunidades, familias, y especies animales y vegetales. El tejido y el ondear guerrero e invasor de banderas ha planteado una forma de instituir mensajes de sometimiento y guerra, creando símbolos que perduran en el tiempo para resignificar los sentidos de la naturaleza y especulando el concepto anacrónico de nacionalismo como actitud frívola e inconcebible de supremacía social. Estas son actuaciones para defender nuestra mente, movida desde el ímpetu del miedo, como una idea implantada y estructurada que se mantiene por los siglos como un retrato de las pasiones del instinto primario del ser humano. Política y esclavitud, religión y sumisión, dinero y deuda, han normalizado el poder violento del miedo y la subyugación sobre el más débil, han construido monumentos y palacios de autoridad para la defensa e imposición de sus ideas, y la conformación de ejércitos de muerte, en donde la humanidad se destruye entre sí por la convicción ideológica y suprema del profeta, del líder, del presidente, del dios; es esto, la total anulación de una visión politeísta, espiritual y biodiversa de los elementales[1] sagrados de la naturaleza.

El miedo es tan poderoso que nos hace aceptar los peores actos sin ningún tipo de cuestionamiento y remordimiento. La concepción de  “El Fin del Mundo” es una de las más brutales armas de destrucción y distracción masiva jamás implementadas, fraguadas por un poderoso sistema generador de desconfianza en donde se venden verdades y mentiras, que camuflan y distorsionan la realidad. Personas que dan su vida o toman la ajena por una “verdad absoluta”; medios de comunicación que comercializan objetividad, falso concepto excelso y tergiversado, que destruye y manipula las opiniones y las historias de la sociedad; huestes de muertos en vida que inseminan miedo y estigmatizan la diversidad cultural, racial y sexual. Cada civilización, desde sus orígenes, ha plasmado en su libro guía, un sinfín de creencias, demandas, tratados y obligaciones, expandiendo una eterna confrontación religiosa, cultural, social, política, económica y de entretenimiento como combustible para una maquinaria de terror y nepotismo. 

Cuantiosas creencias dogmáticas han mutilado el pensamiento diverso: “Quien no crea en el dios patriarcal no será salvo”. El creyente tiene que profesar su fe en algo que no conoce, de no ser así, no es apto ni elegido. Se exige la creencia forzosa en un sistema de miedo y de ofrecimiento de sacrificios, tanto animales como humanos. El concepto de herejía se convirtió en epíteto, por supuesta orden divina, pero ejecutada por la decisión del jerarca epulón y sanguinario, para subyugar en cuerpo y alma. Creer en esta deidad se convirtió en un acto de manipulación masiva, en donde la idea del Pecado Original, es el principal sometimiento que desencadena todo un régimen de esclavitud, sumisión, opresión, dependencia y muerte. Desde el inicio, el ser humano creó al dios monoteísta a su imagen y semejanza, buscando llenar vacíos al cuestionamiento primario para luego darle forma a un pensamiento vertical y unidireccional, sometiendo al ser más frágil.

 

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[1] Seres mitológicos espirituales relacionados con los elementos de la naturaleza, de la que se les considera formadores y protectores.

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Energía

El accionar entre el bien y el mal sugiere un estrecho relacionamiento de visiones filosóficas que se conocen desde el pasado. El Yin Yang[1], es la comprensión que describe la dualidad de dos fuerzas opuestas y al mismo tiempo complementarias, que son la razón de ser de toda la existencia, “nada existe en estado puro, ni tampoco en absoluta quietud, sino en una constante transformación”, es una espiral cosmogónica de energía.

Esa íntima relación entre lo bueno y lo malo supondría un origen único y similar entre energías positivas y negativas. Según la tradición clásica de occidente, el monoteísmo propone una concepción donde el mal (Demonio) surge del bien (Dios), como ser y representación sublevada frente al poder divino del creador, quien posteriormente castigaría al ángel caído y rebelado al condenamiento eterno, mientras haría de su accionar un constante susurro al oído del humano. Comprender la grandeza y el poderío de la energía universal, implicaría un entendimiento más allá de los juicios terrenales, para descifrar y tratar de ubicar al bien y al mal como ímpetus de peso semejante, separados en los extremos por una surco de matices que cada ser humano escoge, con distintas variaciones de vibración energética, y con diversa morfología abstracta y sentido de moralidad; esto sería la principal conexión entre el pensamiento y el actuar que sólo la especie humana puede moldear.

Ese actuar, se ve reflejado en la creación e imposición de sistemas que se han convertido en la forma de moldear la percepción de la vida. Pero ¿Por qué si ocupamos un lugar en el tiempo y espacio, no sabemos cómo es la existencia en todos sus sentidos? En el proceso de imperecederos cuestionamientos profesamos saber nuestro lugar en el universo y solicitamos los humanos, de forma vanidosa y petulante, ser el qué del todo, por consiguiente, construimos y desciframos diversos cómo, dónde y cuándo, a similitud de nuestros intereses más superficiales y triviales, olvidando por completo el por qué y para qué de la existencia. Conocemos nuestro pasado, pero siempre lo borramos de la memoria, y pretendemos vivir nuestro futuro como si ya lo conociéramos. El antropocentrismo ha moldeado nuestros intereses en amaño subjetivo violento. “Sólo somos una de las millones de especies que hay allá afuera”[2].

Hemos gastado y devastado nuestro brío en darle respuesta a algo que vemos, destruimos y no entendemos (biósfera), como la naturaleza palpable y objetiva de la que dependemos para vivir; pero creemos en algo que no vemos, imponemos y consideramos entender (religión), como los dogmas y cultos subjetivos que se imponen y se absolutizan a la fuerza y que generan muerte. Llevar una vida de interrogantes para descifrar en dónde, cuándo, por qué y cómo estamos, es la más atrevida aventura del ser humano, una travesía cargada de miedos como pensamientos y de energías como materialización del cuerpo para darle un sentido lógico a la existencia misma; desde esta concepción, se desprenden las múltiples ideologías y creencias que se han mantenido en la historia de la humanidad.

Pensar en la idea de un multiverso, implicaría una revaloración profunda y compleja del sentido que tenemos moldeado hasta ahora sobre nuestra naturaleza, y la pobre y absurda determinación de la tierra como único planeta con presencia de vida, y la especie humana como única especie con “razonamiento superior”.

 

Desconocemos por completo la capacidad de transversalidad y ubicuidad de toda una diversidad y complejidad de existencias, positivas y negativas, del día y de la noche: seres elementales, fantasmas, espíritus, ángeles, demonios, monstruos, hadas, náyades, seres cósmicos, personas con eminentes dones y con máxima vibración, animales místicos, y plantas sagradas que son medicina ancestral; toda una multiplicidad de personajes, entidades y elementos, que son representaciones de energías que surgen de otros planos existenciales, pero que también se encuentran presentes en este fragmento de la vida y que actúan con funciones específicas en lugares, épocas y dimensiones diversas. Son energía expresada a partir de los elementos tierra, aire, fuego, agua y éter.

Como expresiones de energía múltiple, somos la acción activa del Pensamiento del Universo. Existimos desde numerosas potencialidades positivas y negativas, que configuran y definen nuestras existencias. Nos transformamos en la mínima, pero más compleja demostración energética, concebida desde madre y padre a partir de la conjunción entre fuerzas femeninas y masculinas, y que expresamos los humanos de forma diversa en nuestros cuerpos y personalidades como manifestación de los propios sentires en energía y vibración sexual. Heredamos miedos y temores, experiencias y relaciones, furias y tristezas, trabajos y esfuerzos, que fluyen como la sangre y que el tiempo transforma en “cáncer”, energía carcinoma concluyente y melodiosa sinfonía de la tradición orgánica que con dolor acompaña el concebir de nuestro organismo. La sangre que fluye a través del corazón, como memorias del pericardio, es vibración entre la vida y la muerte; ofrece la potestad del infarto, la más honorable de las despedidas.

Somos energía, pero pretendemos desconocerlo. Una estrecha relación entre cuerpo y espíritu, pero una completa desconexión fraguada por los temores impuestos, la estricta racionalidad y la especulación de ser del miedo. Pero es aquí, ante el desborde del desconcierto, cuando la espiral demuestra ser, no sólo iracunda e impetuosa, sino también, agraciada y esplendorosa, desde una visión multidimensional comunitaria para sobrevivir en armonía, sobrepasando la opción única de la dialéctica occidental; es la Tetraléctica, miscelánea melodiosa del pensamiento indígena andino, fuerza energética y enigmática que emana de la tierra. Es así, como la comprensión de la circularidad de la espiral nos permite acercarnos a ese pensamiento ancestral, desde las montañas y los ríos, donde la agricultura y el movimiento de los astros nos expresan diversas aperturas de ciclos, conectando todos los componentes de la naturaleza con nuestro ser corporal y espiritual.

Los sonidos de la existencia son vibración de la energía, que se ha convertido en nuestra concepción de música, como mensajera y guardiana de memorias e historias, aflorando como el agua y floreciendo como un estallido desde diversos lugares del mundo, donde cada cultura le otorga un género distinto y un movimiento único, a partir de una majestuosa diversidad de instrumentos y variadas resonancias que vibran como el latir de nuestro corazón. La biósfera nos ofrece una maravillosa combinación de saberes y prácticas, que el ser humano usa tanto para el bien como, desafortunadamente, para el mal, siendo esta relación una forma estrechamente ligada de cómo compartimos vivencias con los Reinos[3] de la naturaleza: AnimaliaPlantaeFungiProtista y Monera; solemnes existencias sobrevivientes a nuestro destructivo actuar antropocentrista y dispersas por todo el planeta, con múltiples y extraordinarias características morfológicas y espirituales, dependiendo de su ubicación, vibración y movimiento en cada continente y en cada océano, que se convierten en energía sagrada de las culturas, como protectoras de la naturaleza, y como condiciones de sustento alimenticio, de vestimenta y laboral. “Toda la vida en la tierra está estrechamente relacionada. Tenemos una química orgánica común y una herencia evolutiva común”[4].

Esa energía cósmica nos permite acariciar los sentires de las Plantas y Animales, seres sagrados del día y de la noche, conocedores de las dinámicas de la naturaleza, con diversos valores de misticismo que representan características culturales y que acompañan nuestros andares y destinos. La sabiduría de la naturaleza nos permite comprender las dinámicas existenciales, tanto material como espiritual, de la vida como memoria del tiempo que nos conecta con los elementos de nuestro mundo. Olvidamos la sabiduría de la energía ancestral porque quien impregna miedo mutila el conocimiento a partir de los saberes de la tierra. “Saber que formas parte de un todo mayor impide que actúes contra él. Trabajar con la tierra significa que obrar contra ella sería contraproducente y eso incluye hacerlo contra un miembro de la energía extendida de la tierra, como son el resto de las personas, los animales, las plantas y demás. Resulta difícil comportarse de forma poco ética cuando sabes que todas las personas y cosas resultan afectadas por la negatividad de esa acción.”[5] Y si nos preguntamos: ¿Cómo nos verán y percibirán, plantas y animales, a los seres humanos? ¿Qué tipo de miedo y energía sentirán como especies vivas al ser destruidos y consumidos por la especie humana?

Darle un sentido sagrado a la existencia implica la creación y representación de símbolos y seres, que en la antigüedad forjaron gran parte de las tradiciones de las antiguas culturas y civilizaciones, y que se convirtieron en la concepción energética de divinidad. Imposible conocer y determinar nuestro origen exacto, pero las demostraciones de la naturaleza palpable nos proporcionan indicios y guías para resolver los enigmas de la energía universal y de nuestra propia vida. Proviniendo desde las profundidades de las montañas, la tierra, de las aguas y los aires; narraciones generacionales que trascendieron las cumbres, los ríos y los vientos; representaciones terrenales y cósmicas de la naturaleza sagrada y de distintas deidades siderales llegadas desde las estrellas, concebidas alrededor del mundo, han desaparecido violentamente por el cruel accionar genocida y el paso abrumador del miedo, la moral y la muerte monoteísta.

¿Qué nos espera para el fin del mundo? ¿Otro nivel en la espiral? La concepción de la finalidad de los tiempos debería ser nuestra propia muerte, la partida de cada quien, no la colectiva, porque al morir es en donde cada ser se desprende completamente de la responsabilidad terrenal que tienen los que en el presente y en vida sufrimos y gozamos la existencia. Según la oscilación de la espiral, cuando la energía disminuye su fuerza vibratoria, cambia de ciclo, en un tiempo y espacio distinto, constantemente en un inquebrantable eterno que responde al despertar y al cambio de conciencia universal. La muerte nos prepara constantemente su inevitable llegada durante toda nuestra vida. Es una inmutable batalla entre los pensamientos y las acciones de la riqueza y miseria en el ámbito espiritual y material. La vida es un expirar, la muerte un espirar. Somos almas en espiral, porque en reencarnación y renacimiento, la energía no se crea ni se destruye, se transforma y trasciende. “La energía se extiende en todas direcciones, siempre es un estado o condición y nunca un lugar”[6].

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[1] Concepto del Taoísmo, desde la comprensión filosófica y religiosa constituye la fuente, el patrón y la sustancia de todo lo existente.

[2] Erick Von Daniken, autor de Recuerdos del Futuro, sobre la teoría de los Antiguos Astronautas.

[3] Clasificación de los seres vivos respecto a su parentesco evolutivo.

[4] Cosmos. Carl Sagan.

[5] La Bruja Verde. Arin Murphy-Hiscock.

[6] Vida después de la Vida. Ramacharaka.

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Espiral

La noción que se mantiene del universo permite una ideación de las formas y acciones como energía en espiral. Circulares y cíclicos, los movimientos del cosmos han logrado una majestuosa atención del ser humano para lograr la comprensión del cosmos. El pensamiento, la naturaleza, los astros, los sistemas solares y las galaxias, son componentes de una energía vibratoria que constantemente nos llama a la inquietud. El sol y la luna, mantienen un equilibrio entre la luz y la oscuridad, donde los días y las noches, se debaten constantemente el movimiento radial de la tierra sobre su propio eje. Equinoccios y solsticios son la representación energética del movimiento del tiempo sobre la tierra.

El pensamiento en espiral es el primer elemento para comprender el carácter representativo de la energía de la naturaleza. Todos los elementos de esa energía están interconectados, elaborando una majestuosa red de sentires tanto físicos como espirituales para mantener un equilibrio cósmico. Las comunidades indígenas desde la antigüedad, seres milenarios conocedores de las selvas y las montañas, conocedoras del cielo y de la tierra, bien entendieron el magnífico sentido del modelo espiral, como expresión colectiva y diversa, que moldea principios para actuar y comunicar en armonía, en relación con el cuidado y la defensa de la madre tierra. “La espiral es una elocuencia en sí misma, es una figura hermosa. Ella integra todas las partes del todo por iguales. La vida es una curva en espiral y la muerte el concluyo de un ciclo para pasar a otro superior de la misma espiral que continúa con su expansión como un cosmos en miniatura”[1].

La espiral nos permite intuir la posible presencia de un multiverso que simboliza la capacidad de reestablecer la memoria sobre la acción de los niveles cíclicos de la existencia. Tal es el momento de complejidad contemporánea, entre pensamientos y acciones, entre las tendencias del bien y del mal, de la vida y de la muerte, de la oscuridad y la luz, que los elementales de tierra, aire, agua, fuego y éter, logran una fusión para la concepción de pasiones en energía sagrada. Esta fuerza es el artilugio que permite una constante y eterna rotación de la espiral del tiempo y espacio, con todos sus componentes existenciales, que se expande y se contrae, conformada por una infinidad de niveles, que contemplan múltiples universos que se mantienen en constante revolución a partir de poderosos y enigmáticos procesos de vibración cósmica. Energía que es el Todo y la Nada misma; el Ser y No Ser. Energía en espiral.

El miedo a la terminación del todo, ha concebido la idea de emigrar a otros planetas y sistemas interestelares. Y quienes ya lo han hecho ¿Dónde están? La vida extraterrestre permanece revelada sin hechos verídicos, pero fuerte en el pensamiento de cuantiosos que lo comprueban altivamente. ¿En qué nivel de la espiral se encontrarán? ¿En qué aceleración vibratoria serán y estarán? Lo que vemos en nuestra realidad y dimensión pareciera ser el reflejo de algo mayor y mucho más poderoso de lo que es el entendimiento que hemos construido durante miles de años. Pudiera ser el dios soberano, celoso y patriarcal de las religiones monoteístas, una de tantas magnas existencias extraterrestres y cósmicas, entre diversas culturas milenarias, sujeto a los paradigmas de la historia y de la física cuántica, y atado a las narraciones del Antiguo Testamento, que baja de los cielos, rodeado de su ejército de brillantes ángeles, sobre radiantes columnas de nube en el día y columnas de fuego en la noche, entre truenos, sonidos de trompetas y carrozas voladoras, atomizando y sodomizando pueblos y civilizaciones herejes, siendo los humanos un tipo de experimento genético en probeta o en vasija de barro, a imagen y semejanza de ese ser supremo sideral y ancestral, para ser perdurables súbditos en una inmensa mina de oro llamada planeta tierra, subordinados a una entidad o sistema superior, que escoge fieles vasallos humanos, hambrientos y que anhelan llenar vacíos existenciales, promulgando miedo y traficando muerte, para conservar la lección mejor aprendida en la historia del mundo: como nos han tratado los de arriba, tratamos a los de abajo. ¿Podrá entonces ser ésta la mayor opresión de todos los tiempos en la espiral de la vida o tan sólo una pesadilla mal contada?

La concepción de esa divinidad se ha transformado dependiendo de lugares y creencias. Los elegidos van al cielo (nivel superior), los condenados van al infierno (nivel inferior); pareciera ésta una visión rústica y pagana de la espiral de energía. Abajo: el infierno, el averno, el hades, el inframundo. Arriba: el cielo, el nirvana, el valhala, el paraíso. En la escala social, en lo alto se encuentra el más poderoso y bendecido; abajo, el más débil y desafortunado. Salvación y condenación se convirtieron en paisajes y escenas bestiales del libro de la vida y de la muerte.

Cada lugar de la tierra manifiesta un nivel energético que representa el pensar y actuar con respecto a la relación intrínseca con los elementos de la naturaleza. “La cultura del mundo andino es también un ente vivo, se desarrolla al ritmo de los ciclos cósmicos y telúricos de la tierra. El tiempo es cíclico. Los ritos andinos son una conversación con todos los componentes del hábitat, que busca la armonía y el equilibrio entre todos. Los sacerdotes andinos, pueden remontarse al pasado y correr al futuro en la dimensión del presente. En el modelo mental andino el pasado, presente y futuro, o tal vez antes, ahora y después no son categorías estancadas, sino que concurren en el presente en una recreación, de renovación permanente, en constante movimiento”[2]. Es así, como la cordillera vertebral de nuestro territorio de montañas, valles y ríos, en tiempo y espacio, representa el principio de complementariedad en la espiral del pensamiento andino.

Existe un sinfín de manifestaciones de energía en espiral en la naturaleza. Desde el mínimo fundamental hasta la eternidad del todo, la existencia de fractales[3] son representaciones de la geometría de la vida. Los átomos en explosión, las cadenas de ADN en movimiento circular, los tornillos en funcionamiento para unir, las conchas de caracol, las flores en retoño, los patrones de las plantas suculentas, la ornamentación en las alas de las mariposas, los gusanos enroscados, las telarañas para atrapar, las ramas de los helechos, las castañas de las piñas, las colas de los animales, las serpientes agasajadas, los impactos de ondas en el agua, los discos de música, los pedales en las bicicletas, las trompas de elefante, los movimientos de grupos de peces en el mar, los movimientos de aves en el aire, las hélices de las máquinas, los petroglifos en la roca, los molinos de viento, los torbellinos en la arena, la traslación circular de los pingüinos machos durante el invierno polar, el movimiento de las tormentas y huracanes, los discos voladores, los movimientos de los astros, las galaxias en expansión, son tan sólo unos cuantos equivalentes cíclicos de la gran Energía en Espiral.

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[1] El Pensamiento en Espiral (El paradigma de los pueblos indígenas). Víctor M. Gavilán Pinto.

[2] El Pensamiento en Espiral (El paradigma de los pueblos indígenas). Víctor M. Gavilán Pinto.

[3] Objeto geométrico cuya estructura básica, fragmentada o aparentemente irregular, se repite a diferentes escalas.

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Aceleración

Ubicados sobre un diseño gráfico temporal, con la ayuda del Plano Cartesiano[1], se podría edificar un conocimiento en numerología tan complejo como variado. La concepción del antes pareciera una línea elíptica, como un pasado constante que se tomaba su tiempo y esfuerzo para crear y destruir. En cambio, la noción del ahora está supremamente acelerada. Cambiando de velocidades sobre su ubicación en el espacio y tiempo, como una espiral activada y precipitada, que se expande y se contrae, retrotrayendo hechos históricos como retrospectivas cíclicas al hoy. Una geometría sagrada y analítica, de posiciones negativas y positivas que tienen un punto de partida en común desde un cero infinito, pero con rumbos direccionales distintos.

Odiar un color de piel, destruir el pensamiento diverso, categorizar en clases sociales, son innegables acciones que se convirtieron en la energía vital del caos. Existen ideas que son a prueba de balas, se mantienen degeneradas de generación en generación, en donde millones dan su vida por una ideología que se conserva eficaz a través de las épocas. Se retoma el planteamiento básico pero complejo de la definición de la infinita danza entre el bien y el mal.

Somos susceptibles a la aceleración de la espiral, porque aumenta el ritmo universal y el carácter despiadado de la vida, una urgencia absoluta para encontrarnos lo más pronto posible con la muerte. Nuestra ubicación en el espacio y tiempo de la espiral está al borde de la purga, convirtiendo al amor, a la sexualidad, al miedo, al odio y al dolor, en máximas vibraciones de elixir energético espiritual y corporal. La locura física y mental, quienes utilizan el poder de la noche para transformar sus oscuras personalidades, quienes desesperadamente atentan contra sus propias vidas, parecieran sometidos a un tipo de subordinación, que, desde otras realidades y dimensiones, cruzan la espiral de forma transversal, con vibraciones ajenas e irreconocibles al nivel cósmico donde nos encontramos.

La aceleración permite diversas concepciones de la existencia. Una de ellas, la que percibimos en estado alterado de conciencia por el éxtasis de psicoactivos. ¿Qué tipo de condiciones y perspectivas ofrecen las substancias y los menjurjes naturales y artificiales? Repotencian la realidad, evidenciando los extremos de diversas dimensiones sensoriales, en donde el ser humano es presa fácil de la distracción por el elixir que brinda la distorsión extrema de esa realidad, que vibra de forma fantástica y diferente. Drogas y medicamentos pretenden ocultar las tristezas y dolores de la vida, pero a mayor vibración, el sufrimiento físico y psicológico gusta y apasiona, convirtiendo al dolor en una sensación de placer distinta, que muchos, violentamente, ejercen de forma corporal y mental sobre otros, y que, a algunos, encanta en su propio cuerpo.

¿Qué pensamiento pone a nuestra disposición la libertad de escoger el libre albedrío como decisión unánime de nuestro proceder? La concepción de maldad es un término y un acto inevitable en el ser humano, pero que, en contrapartida con la definición de bondad, se mantienen en equilibrio en la balanza de la vida. El bien y el mal, una estrecha hermandad perpetua que sugiere un peso semejante en el juicio, en donde el ser humano, en su búsqueda por respuestas, le da un valor determinado, entre lo positivo y lo negativo; los malévolos, no saben que lo que hacen está mal, para ellos es bueno y justo, esa es su concepción del bien. Y es ineludible esa malevolencia porque surgimos de la misma, siendo reminiscencia de la crueldad de antaño que se ha mantenido a través de la historia. Somos fragmentos de la sangre derramada en el ayer.

Esta aceleración nos ha convertido en caníbales de la realidad, modificando a nuestro antojo la naturaleza originaria de los elementos de la existencia. Pensamientos convertidos en acciones que un sistema demencial nos ha impuesto a la fuerza, pero que, enigmáticamente, aceptamos con poco recelo: Instintos que nos han hecho vanagloriar las diferencias étnicas, las guerras y genocidios, una visceral y voraz producción económica, la destrucción de la naturaleza, el desprecio mercantil a la energía eólica y solar, la degradación de la sagrada vida de los animales, la transgenización de la agricultura y los alimentos, la imposición de semillas certificadas de muerte, la contaminación y privatización del agua, el aire, la tierra, el espacio del cosmos, y la censura y tergiversación de la información de la modernidad virtual. El actual calentamiento global, producto del caótico cambio climático, propone una actual y desbordada aceleración de la espiral en nuestro mundo.

Las predicciones de futuros cataclismos muestran señales de extinción próxima: concepciones como la llegada del anticristo, el apocalipsis, un posible impacto a la tierra por un asteroide, pandemias, guerras mundiales, terremotos y maremotos, son fieles condicionantes para la conducta humana frente al caos. Videntes y prosistas del pánico de sus sueños premonitorios del fin del mundo, cortesanos al servicio impúdico de las sectas y religiones, se convirtieron en excusas, desde el fanatismo extremo, para infringir miedo y violencia. Catástrofes que son la representación de lo que pareciera ser el cruce entre el fin y el inicio de un ciclo de la tierra, en donde el declive por muerte, conflictos, hambrunas, desastres naturales y calentamiento global, envían al ser humano a la obtusa conquista científica de otros mundos, en donde la única salvación se convirtió en abandonar nuestro propio planeta para invadir y conquistar otros; retrospectiva de la historia colonizadora de antaño. Nuestro mundo comenzó sin humanos y terminará sin humanos. El don de ver el futuro, desconociendo la memoria del pasado, ha sido el principal encargo del sistema imperante; así vivimos desde un principio y desde siempre.

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[1] Concepto científico, teórico y práctico, de relación matemática propuesta por René Descartes.

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Contexto

La vida es la más perversa lírica, resultado de la aceleración desbordada de la energía. Se ha convertido nuestro lugar y espacio en la espiral, en una propiedad privada privilegiada para los dominadores y ejecutores del poder del miedo, produciendo, a su imagen y semejanza, el condicionamiento final de las teorías del inicio y del fin del todo. Es esta una estratificación en forma de pirámide a escala social y económica, en donde el más poderoso, quien suele ser minoría con respecto a los demás, se encuentra en la cúspide, por encima de muchos; pero los de abajo, con más fuerza de revolución, no lo saben, porque sostienen a quien posee el poder de la información, de infringir miedo y de hacer invisible la fuerza colectiva de voluntad de los que están en la parte inferior. La creencia más poderosa es el miedo, por eso, es el arma más efectiva.

Desde las plagas bíblicas en Egipto, pasando por la peste negra de la Edad Media, hasta el coronavirus de hoy, se cruzan diversos contagios biológicos reales y creaciones artificiales. Es una limpieza de la naturaleza, una manipulación social por miedo, una reestructuración maligna del sistema económico, un deseo de patentar en nuestros cuerpos la vacuna o solución final, o tan sólo una renovación energética de la espiral. Es esta una diferente modalidad de guerra mundial, en donde la información batalla, no en trincheras de tierra y barro, sino de pantallas y teclado. Construir destrucción parece ser el mejor de los trabajos con los elementos en la historia de la humanidad: madera, roca, metal, concreto, petróleo, plástico, y plasma, se convirtieron en el amigo fiel del ser humano moderno opresor. El miedo y la aceleración, nos facilitan, a imposición, una época actual de entretenimiento, poniéndonos a escoger, con tan malévolo propósito, constantes confrontaciones con reinas y reyes, con torres y peones, en la cuadrada dualidad y perpetua del blanco y del negro.

El ser humano cumple su principio fundamental biológico alimentando cuerpo, satisfaciendo ambiciones, envejeciendo y muriendo. Como principio social, cultural y económico, relacionarse con los componentes de su entorno, e incluso, pasando por encima de otros. Somos y estamos formados con distintos tipos de pensamientos y vibraciones para permanecer en constante relación y conflicto, en un régimen imperante, en donde si unos sufren es porque otros se deleitan.

En el Plano Cartesiano de la vida se normaliza el dominio de las jerarquías y el clasismo en vertical, y la violencia y segregación social en horizontal. Es así, como se estructuran los actuales sistemas en el poder:

  • Educación: Dominio del método unidireccional y excluyente, que impregna miedo al aprendiz cuando equivoca su proceder y resultado, mutilando, completamente, las concepciones culturales, la percepción sensorial y la creatividad desde diversos enfoques de la vida. Se uniforman las mentes y los cuerpos, para moldear el pensamiento en un sistemático procedimiento técnico y de competitividad inequitativa y desigual, que educa para ser competitivos y no cooperativos, manteniendo la victoria privilegiada de quienes tienen mayores alcances económicos y se encuentran en la cima de la escala. El éxito del mejor calificado, primigenia de la nueva educación virtual y derrota de la enseñanza vivencial.

  • Comunicación: La objetividad informativa es el falso delirio que mantiene el negocio mercantilista de quienes comunican verdades absolutas y defienden la propaganda de los inversionistas que protegen al capital. Se genera la positiva opinión manipulada del desventurado inculto que mantiene en la cima al poderoso. La noción de libertad de expresión pasó a ser una forma sutil de cómo los medios hegemónicos proceden a la destrucción del concepto de contraste.

  • Político-Militar: Imperio de la democracia bipartidista que cercena las múltiples visiones de la existencia en colectivo. La libertad de sufragio se convirtió en la fuerza para el control del adiestramiento desde estados de exaltación, excitación y satisfacción. Nos inventan confrontaciones para mantener entretención, distracción y apasionamiento, donde los héroes patrióticos y nacionalistas, hijos de la pobreza inseminada, son enviados a tierras desconocidas para derrotar a enemigos inventados. Se unifican y destruyen diversas formas de autogobierno contrahegemónico, horizontal y alternativo, ilegalizados constitucionalmente para fomentar los verticales y unidireccionales sistemas de control administrativo en los tiempos victoriosos del demócrata capital.

  • Económico: El dinero del capital es la derrota de la relación digna del ser humano con los seres y objetos que lo rodean, siendo sometimiento primario para el origen de la inequidad y la pobreza instituida. Lo magno del trueque y la cooperación solidaria, fue desplazado por la concepción, sobreexplotada, de propiedad privada, donde el consumismo se estableció como la grandeza del éxito del ser humano, y la apropiación y despojo de tierras en la distinción competitiva para mejorar las cifras de los estadistas de la conquista bancaria.

  • Religioso: Desde el púlpito, el profeta ordena la aniquilación total del pensamiento diverso y de las creencias politeístas que forjaron miles de culturas a través de la historia. Creyentes en la majestuosidad de los elementales y en la energía de la naturaleza, son condenados al miedo eterno, que invoca y provoca muerte. La fe dogmatiza el razonamiento, esclaviza la libertad y se convierte en ideología de salvación supremacista.


Diversos enfrentamientos internacionales, casos únicos en la historia contemporánea, se mantienen vigentes en el mundo, sin esperanza de culminación, entreteniendo y distorsionando la mente humana, porque la necesidad prima es perpetuar con intensa fuerza la victoria definitiva del miedo y de la violencia. Confrontaciones sociales, políticas, religiosas y económicas como: el conflicto armado de Colombia, el conflicto árabe-israelí, la guerra en Siria e Irak, el conflicto entre las Coreas, la separación de Shanghái y Taipéi de China, el conflicto en el Cáucaso, el auge del racismo en Estados Unidos, la separación de Cataluña de España, el Brexit, el conflicto entre Estados Unidos y Rusia, la crisis de Venezuela, el bloqueo y las sanciones a Cuba e Irán, la pobreza y desigualdad en África y América Latina, la crisis de los refugiados, la infructuosa guerra contra las drogas. Estos casos, tan distantes unos a otros, no son ajenos entre sí. Quien sufre de uno, conoce, por lo menos, la existencia y contexto de otro.

Entretanto, mientras que, de forma inútil y pendenciera, el sistema del caos con sus vasallos del orden, nos impone “reinventarnos” en la “nueva normalidad” ante la tragedia, el covid-19 se convierte en la vigente joya de la corona, no sin antes, soberbiamente, atribuir culpas virales y causas demenciales, a un ser animal destinado para el mórbido consumo humano. Dios y coronavirus, creación y reconfiguración a imagen y semejanza de nuestras más profundas y míseras ambiciones. Miedo inquisidor y aceleración enclaustrada y pandémica de la espiral.

Acontecemos, los seres humanos, tan minúsculos e ínfimos, pero tan destructivos y soberbios, como un virus purulento, sin pretender un sincero y personal autoanálisis. Nos hemos deslizado por la inmensidad del tiempo y espacio, dejándonos entender que somos una existencia fétida de fácil corrupción, vanagloriándonos de no inmiscuirnos en la inmundicia ajena, porque felices estamos y nos revolcamos en la propia. Le otorgamos inmenso poder al miedo y a la propaganda hegemónica. El ego y la envidia suprema nos corroe. Nos dejamos seducir y confundir por la noción competitiva de superioridad intelectual y supremacía racial frente a quien nos rodea. Destruimos perversamente la biósfera. Nos preguntamos el porqué de nuestras enfermedades, cuando cegados defecamos en nuestra propia agua y comemos el veneno que inyectamos en nuestra tierra. El sistema imperante le da enigmática y extraña importancia divina al oro, destruyendo la tierra, el agua, la vida. La basura y la contaminación pareciera ser el legado más perdurable para las próximas generaciones. La podredumbre y la perversidad de las redes sociales expresa desesperanza, siendo la decadencia cúspide de las relaciones humanas, primigenia del distanciamiento social actual. En la antigüedad venían en nombre de la corona y la iglesia, hoy vienen en nombre del "desarrollo".

Este presente es el futuro postapocalíptico que nos prometieron tan fervorosamente en el pasado, condenados eternamente a nuestro fin, buscando frenéticamente pizcas de vida. No tenemos ocasión ni para sentarnos a pensar qué pasaría si algún día el sol y la luna fallaran, si escasearan completamente agua, aire y alimento, si desapareciera la vida animal, o si nuestras meditaciones e introspecciones estuvieran “legalmente” a merced de la policía del pensamiento. Desperdiciamos valioso tiempo perseverando en discusiones básicas que representan el aspecto más insustancial de la existencia, olvidando el discernimiento que nos ofrece el método perceptible y deductivo de la naturaleza, de la que en ocasiones olvidamos que hacemos parte, como especie supremamente violenta, pero dócilmente frágil, y que está al alcance de nuestros más profundos sentidos e intuiciones. Existimos en un constante movimiento en espiral, desde cuerpo, alma y espíritu. Somos parte de la vida, como energía que trasciende durante el inexorable proceso de la muerte.

Nos encontramos en la última hora, del último día del calendario cósmico, mirando constantemente al cielo, preguntándonos, devotamente, nuestro lugar en este vasto universo. ¿Será acaso esta realidad el fin de los tiempos, será una breve pero estrepitosa aceleración de la espiral o será tan sólo una bifurcación de nuestra condición mental?



Apostilla: Qué tan especiales y magníficos son los frailejones, espeletias guardianes del agua y de la montaña, y elementales de la naturaleza, protectores de los páramos, que durante las noches trascienden una majestuosa energía violeta en espiral.

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