Sopa de pasta de letras

Fotos y texto
Fernando Carnevali*
Al famoso director de cine italiano, Federico Fellini (1920-1993) se le escuchó decir en alguna ocasión que “la vida es una combinación de magia y pasta”. Y de la inmortal, Sophia Loren, 1934, también italiana, se puede leer en sus libros: “Recetas y memorias de Sophia Loren” y “En la cocina con amor”, que: “todo lo que ves se lo debo a los espaguetis”, haciendo referencia a su escultural cuerpo y a su afición por la cocina. Pues bien, de esto se trata este post, de mi gusto por la pasta, aunque no de mi cuerpo, ja, ja, ja.
Empezaré contándoles que de niño odiaba los espaguetis: mi malcriadez no soportaba aquel plato lleno de gusanos hirvientes, ─como los llamaba entonces─. No me gustaban, o no sé si lo que no me gustaba era que mi santa madre me sirviera la comida caliente (entraba en cólera que alimentaba con lágrimas abundantes, y que luego mi bella madre enjugaba con cariño, soplando la comida para que se enfriara), ¡qué drama! Eso sí, me deleitaba en las profundidades del plato puesto ante mí, con la sopa de pasta de letras, tratando de formar con mis primeros y esquivos vocablos, palabras que luego comía con gusto. También puedo decir que los mejores momentos de mi vida siempre han tenido un factor común: una mesa, pasta, vino y buena compañía.
Más tarde, empecé a amar los macarrones con queso, de los que se tiene razón ya por el año 1390, cuando los cocineros del rey inglés, Ricardo II, escribieran una receta parecida en su Forme of Cury. Aunque la receta como los conocemos hoy, aparece por primera vez en el libro de cocina victoriano de 1861, titulado: "Libro de administración familiar de la señora Beeton". En él, la señora Beeton afirma que los macarrones son "uno de los alimentos favoritos en Italia" y "los napolitanos los consideran la esencia de la vida". Ummm, me antoje de un humeante plato de macarrones con queso. Después vino la lasaña, precisamente cuando me enteré por una de mis lecturas, que el Liber de Coquina, o el libro publicado por un napolitano anónimo en el siglo XIV, contenía una receta de lasanis, o láminas de fideos cortadas en cuadros a las que se les espolvoreaba queso, es decir, los orígenes de la que hoy conocemos como lasaña.
Amo la pasta. En mi casa no pasa una semana sin que haya pasta como comida principal por lo menos dos veces. Para ello he alimentado mi colección de recetas de salsas, con algunas que he modificado a mi antojo y con las clásicas. También los viajes realizados han sido la mejor cátedra culinaria que haya podido tener. Todo ello por esta pasión por la buena comida que me embebe, que me hace olvidar de este mundo y que me hace feliz. Razón tiene el célebre maestro de la cocina peruana, Gastón Acurio cuando afirma: “El poeta triste escribe poemas y te hace llorar. El pintor triste pinta cuadros y te logra emocionar. El músico triste compone canciones y te hace cantar. Al cocinero triste… le está prohibido cocinar”. Sigamos, pues.

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