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Breve Historia de

Estados Unidos

en 2020 palabras

Por: Luis Hernando Restrepo Aristizábal

Imagen tomada de ceconsulting

“Dios creó a los Estados Unidos para liderar al mundo”

Mitt Romney, ex candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos (2012)


Las estrellas y las montañas resguardaban sus cuerpos llenos de plumas, barro y pieles. Los nativos norteamericanos, seres sagrados del día y de la noche, serían convertidos en entelequias de menor clase, reducidos y masacrados en nombre de la corona y la cruz. Los británicos habían cruzado el Atlántico hasta el norte del “Nuevo Mundo”, para luego ser uno de los imperios más poderosos, dominando, incluso, durante la era victoriana, un tercio del mundo. Buckingham decretaba, los montes Apalaches resistían.

Entre los siglos XVIII y XIX las colonias americanas se rebelaron contra ingleses y españoles, influenciadas por el liberalismo de la Revolución Francesa. La costa este, con Boston, Filadelfia y Nueva York, se erigía como prospecto para la revolución comandada por George Washington en julio de 1776, mientras tanto, más allá del río Mississippi, el oeste continuaba casi inhóspito hasta la grandeza del Pacífico norte, tierra de osos pardos y tótems amerindios. El mapa resultó ser extenso, haciendo a los nativos americanos, sobrevivientes, incluso, a las películas de pistoleros en donde el Viejo Oeste, tierras desérticas pero místicas, eran despojadas a los indios para la evangelización forzosa de territorios, el establecimiento de vías férreas, la imposición de rutas del oro y la expansión de lo que sería una próxima potencia industrial.

Cruzar desde la costa del océano Atlántico hasta el Pacífico representó la necesidad utilitaria de otro grupo étnico al servicio del blanco opresor. Numerosos en cantidad y sometidos a un trabajo forzoso antiquísimo, millares de negros y negras fueron obligados a salir de la solemne África para nunca más regresar a sus extensas y hermosas estepas. Sometidos y humillados, pero con sus tradiciones y memoria al hombro, embarcaron los transatlánticos de hace siglos para construir el poderío de un estado que haría del dólar una forma bestial de dominio continental.

La historia de la esclavitud en Estados Unidos es un capítulo, tan significativo como funesto. La herencia colonial y la posterior revolución industrial, hizo del afroamericano la más servil y duradera mano de obra para la fundación de un país que, a diferencia de las antiguas colonias españolas, ya miraba al futuro. Las comunidades negras, desarraigadas de su tierra nativa y sometidas al mandato de los esclavistas, lograron consolidar durante el siglo XIX una cultura alrededor de sus costumbres, rituales, historia y música góspel, llevadas a América para mantener vivo el espíritu de África, que para aquella época era repartida míseramente entre los látigos y bayonetas de las colonias europeas.

Vientos de guerra provenientes de los estados sureños hicieron estallar las diferencias sociales durante la década de 1860. La Guerra Civil sería tan determinante, que dicha confrontación es un magno museo a la historia norteamericana. Abraham Lincoln, presidente conservador considerado insigne de “La Libertad”, abolió la esclavitud para mantener la patria unida, liberando a las comunidades negras para permitir sus vidas en aparente autonomía; pero, el aún recalcitrante pensamiento ultraconservador del sur, confederados supremacistas de la raza blanca, consolidaron la enmienda constitucional por la obsesión y el derecho, casi divino, de portar y desenfundar un arma. La seguridad del miedo, primigenia temible del KKK.

La carrera hacia las tierras del Pacífico desencadenó una azarosa fiebre por el oro, que aún se mantiene, y una guerra que desató la “anexión” forzosa de gran parte de territorio mexicano para la consolidación suroccidental de los Estados Unidos. A los ríos Colorado, Grande y Bravo, los cortaría, a futuro, el muro de la vergüenza, ya no estarían al Sur de la Frontera. De costa a costa se forjaba un extenso país, el sueño de la vida de millones de inmigrantes, que, gracias a la Industrialización, al comercio de pieles, la búsqueda de oro, la exploración de nuevas tierras y al tráfico de especias, serían recibidos por la Estatua de la Libertad a la entrada de Nueva York a partir de 1886.

Entrado el siglo XX, las ideologías nacionalistas extremas se repartían al mundo y el racismo generaba efervescencia en los corredores del pensamiento humano. En 1903 los Hermanos Wright volaban el primer aeroplano, mientras el poder que ya devengaba Estados Unidos hacía de su ejército oficial una hueste invasora que ponía su bota opresora en Centroamérica y las Antillas: “Green, Go Home” gritaban los nativos desde el soleado Caribe contra los gringos del norte. En 1914 Francisco Fernando era asesinado en Sarajevo, oportuna casualidad para cruzar el Atlántico y entrar a las trincheras de la Primera Guerra Mundial.

Periodo Entre Guerras: la Crisis del 29´ haría que miles, opulentos elegantes con traje y sombrero, saltaran desde los rascacielos de Manhattan, premonición de la “Gran Depresión” del capitalismo salvaje. Hollywood encendía sus cámaras, para luego moldear ficticios subjetivos en héroes del objetivo sueño americano. Legalizada la bebida en los años 30´, afirmaba a la prensa Eliot Ness: “me iré a tomar un trago”; quien fuera agente del gobierno y el más acérrimo perseguidor de Al Capone, amo y señor de la mafia al servicio de los alambiques del alcohol ilegal.

La Gran Guerra había quedado atrás y Alemania, enjuiciada mundialmente, adoptaría a un malévolo austriaco, que, en Mi Lucha, “reformaría” económica, social y culturalmente la teoría de la absurda y criminal pureza racial, que luego promoverían los supremacistas gringos. Ataque en la base de Pearl Harbor, factible “inside job” por omisión, otra oportuna casualidad y causalidad para, en esta ocasión, no sólo cruzar el Atlántico, sino el Pacífico y entrar en la nueva guerra. 65 millones de muertos y dos bombas atómicas después el mundo no sería igual.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial se abría un nuevo proceso industrial efectivo para el sistema imperante. En Roswell se estrellaban naves extraterrestres, para luego experimentar con alienígenas en el Área 51. A los hogares de la clase media llegaban el televisor para “entretenimiento” del hombre y la lavadora para “esmero” de la mujer. Washington dejó de perseguir nazis criminales de guerra, para reclutarlos en su nuevo hangar de ciencia.

El capitalismo se convirtió en la oportunidad perfecta para el imperio del pensamiento absolutista. Estados Unidos y la Unión Soviética se darían la mano durante los próximos 40 años en lo que sería la Guerra Fría, una confrontación mundial en donde los que ponían los muertos eran los países más pobres del mundo. La influencia norteamericana, para contener la “maldad” del comunismo, se daría desde dos frentes: invasiones y golpes de estado. Incursiones militares en Centroamérica y Cuba, y golpes de estado en Suramérica (Operación Cóndor); en Asia, el conflicto en la Península de Corea, la fragmentación de Palestina, la guerra contra el Ayatola en Irán, y la invasión al Sudeste asiático. Después de destrozar Vietnam con napalm, huir fue la única opción.

Para los años 60, se acelera la vida pública de Estados Unidos. Se consolida una concepción de “desarrollo” que quebraría a la sociedad décadas después con la burbuja automotriz e inmobiliaria. Elvis era el Rey, pero Little Richard era el precursor. La crisis de los misiles soviéticos en Cuba pondría en nerviosismo al mundo. El asesinato de Kennedy, donde lo único cierto era Oswald como chivo expiatorio. El rock de la invasión británica, que llegaba al show de Ed Sullivan. Cassius Clay se convertía al islam, mientras Muhammad Alí dominaba en el cuadrilátero. El amor, la paz y el LSD de los hippies en San Francisco y Woodstock. Las movilizaciones contra la Guerra de Vietnam y la brutalidad policial. El asesinato de los sueños frustrados de Marthir Luther King y Malcom X. La Odisea al Espacio de Kubrick, y la bandera de la NASA ondeando en la luna.

En los setentas, el rock aceleraba su velocidad a heavy metal, mientras en el CBGB el punk concebía rebeldía. Vietnam no aguantaba más, mientras el Watergate descubría las fechorías de Nixon. Washington proclamaba su democracia capitalista, mientras en el Cono Sur los militares a miles desaparecían. Rusia invadía Afganistán, mientras Estados Unidos patrocinaba al Talibán. El Tío Sam abría las narices bailando música disco, mientras Colombia preparaba sus tierras para el cultivo.

Lo más probable es que supieran que la guerra contra las drogas nunca la ganarían, quizá por eso, con más fuerza la mantendrían. Para los 80´, el negocio de las drogas consolidaría a Estados Unidos como el principal consumidor del mundo, donde el capitalismo, al mando de Ronald Reagan, más iracundo que nunca, implícitamente ganaba la Guerra Fría, pero continuaba codeándose entre mafias, cocteles y guerras.

Para 1991, la familia Bush armó su negocio de oro negro declarando la guerra a la tierra del Tigris y el Éufrates. Los Marines operaban la Tormenta del Desierto, mientras miles en Irak sollozaban.

 

Sadam Hussein era la disculpa, mientras el petróleo era despojado sin excusa. Las invasiones exportaban democracia, mientras en Somalia la Caída del Halcón Negro masacraba a mansalva. Pablo Escobar era baleado en un tejado, mientras la DEA festejaba y ponía a otro mejor moldeado. O.J. Simpson en auto huía, mientras millones por tv veían. El 23 de los Chicago Bulls volaba con sus Air Jordan, mientras en la Casa Blanca Clinton cortejaba a Lewinsky en la alfombra. Miles en Walmart compraban armas, mientras en la escuela Columbine todos escapaban de las balas.

Un trabajo interno es la certeza de ingeniar mentiras creíbles. Pasaportes intactos entre los escombros, un avión que nunca apareció en uno de los cinco lados del Pentágono, estruendos internos como de detonación controlada, restos y residuos retorcidos que fueron encubiertos y desaparecidos, entre otros burdos montajes oficiales, dieron origen a la Guerra contra el Terrorismo. Desde el 11 de septiembre de 2001, los musulmanes encabezaron la lista de enemigos públicos, que antiguamente lideraron indios, contrabandistas, nazis, comunistas, negros y drogadictos.

El viaje hasta Kabul y Bagdad no demoró. El invierno llegó al desierto en forma de bombas y tristeza, con cientos de miles de muertos en las dunas de arena. La siniestra OTAN jugaba a la ofensiva, mientras que la tierra prometida, Israel, calcinaba violentamente a Palestina y se convertía en embajada lacaya para la diplomacia de guerra. En 2004, Bush hijo sería reelecto como presidente, según él, para insistir; por más que actuaron, nunca encontraron las armas de destrucción masiva en Irak. En 2005, miles en sus techos suplicaban ayuda desde la inundada Nueva Orleans, el huracán Katrina había llegado para ahogar los saxos y el Mardi Gras, pero la guerra del miedo continuaba en el desierto. CNN y FOX ganarían el premio a la peor manipulación masiva.

Después de tanto terror, el statu quo impuso el cartel de la “esperanza”. Obama, primer presidente afroamericano de Estados Unidos, ganó el Nobel de La Paz para luego invadir a Haití post terremoto, y mantener, impunemente, la masacre en Libia, Siria e Irak, génesis del Estado Islámico. Mientras WikiLeaks revelaba el infame abuso del Gobierno y Ejército de Estados Unidos en el mundo, Hillary Clinton hipnotizaba: “Vimos, llegamos y murió” placa oficial de guerra y del asesinato de Gadafi en Libia.

Los medios de comunicación, el poder del miedo y la cultura pop moldean presidentes. Donald Trump, bufón narcisista del entretenimiento, llegó a serlo sin lograr la mayoría de los votos, manteniendo un burlesco sistema electoral bipartidista, donde Demócratas y Republicanos, siempre enemistados en los debates presidenciales, son íntimos aliados en la sombra del imperio del entretenimiento y del dominio y terror mundial. Estados Unidos, una nación construida, desde hace siglos, por la herencia de millones de inmigrantes, que cimentaron su sueño americano en el país que ocasiona, oficial y tiránicamente, gran parte del sufrimiento, migración, desinformación y despojo en sus territorios originarios.

“Make America Great Again”, no sólo es la minimización de un continente a un país, es el poder de la ignorancia y la idolatría al dólar, en una tierra que, según la religión del miedo, creada por Dios para dominar al mundo, impone sanciones económicas como expiación, reparte deuda externa como beneficencia, exporta invasiones militares como ayuda humanitaria, impone capitalismo como democracia, y obsequia desarrollo de muerte como sueño americano de vida. “Black Lives Matter” es la solemne grandeza, de quien no pudo respirar, ultrajado en pasado y presente, por lo alto de la brutalidad de la bota policial, la rodilla opresora y del rubio peluquín 2020.

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