
Campamento para la paz
Por: Luis Hernando Restrepo Aristizábal
Fotografía: Arbey Antonio Gómez y Alejandra Osorio
De niño el lugar me gustaba. Un territorio casi mágico, alejado de la rutinaria Armenia. Hoy, Salento, el pueblo, separado de sus incalculables montañas es abundada de gentes ajenas a su espacio ancestral.
Volví al pueblo después de mucho tiempo. Aquella tarde de noviembre, como queriendo retarme, de la montaña enviaron una intensa lluvia. Era el día 20 del mes.
El Peace Hack Camp realizó una extensa jornada de una semana y un par de días más de intenso trabajo, eligiendo a Salento, en el Quindío, como eje central de su segunda edición. El Peace Hack es idealizado, desde Appiario, como una plataforma pedagógica colombo-brasilera, para crear modelos de aprendizaje alternativos, realizando un campamento multidiverso en donde se congregan elementos de tecnología, innovación y cultura, delineados por una línea con enfoque de paz.

Con el Peace Hack, volví a Salento, con el cuál desde hace un tiempo no tengo relaciones muy estrechas, sólo de montañas pa’ llá. Pero esta ocasión fue una oportunidad para comprender las complejidades de ser el Municipio Padre del Quindío y de ser el punto neurálgico del proceso extractivista de la megaminería en la región; devolverle favores por acogerme tan vastos días, a cambio de mostrarlo tal cual es, el bastión de la defensa del territorio de nuestro departamento.
Salento acogió a activistas de Brasil y Colombia, como organizadores del evento; a luchadores civiles de Sudán del Sur, como defensores de su territorio; a hackers e innovadores de Aruba, Canadá, Finlandia, Alemania, Brasil y Palestina, como replicadores de nuevas tecnologías.
Al campamento llegaron delegaciones de diversas regiones de Colombia, que se convirtieron en participantes activos de procesos de construcción de innovación social; diseño visual, creación de impresoras 3D, charlas sobre empoderamiento femenino, periodismo de resistencia, patrimonio hídrico, hackeo, oralidad, diseño del pensamiento, música, entre otros, fueron los espacios que se construyeron durante los días de talleres y charlas en el campamento.

Construir y mantener un campamento urbano con incomodidades y con diferencias, pero con enseñanzas y desafíos, convivir en un pueblo diferente, se convirtió en un desafío. Ser brújula y compartir la experiencia de la vida frente a una exhausta jornada de trabajo, remembrar al ser humano tal cual es, de eso, siempre queda un grato recuerdo. De las personas de los Llanos del Meta y del Guaviare, del Nariño de las montañas y de la Costa Pacífica, del campesinado luchador de Montenegro, de los caminantes de Argentina y Chile, de las mujeres de Salento, de los amigos de Armenia; convertidos, desde la nada, en un todo hasta el cansancio.
Del Peace Hack Camp quedó una difícil y monumental labor de integrar y guiar a diversos grupos de personas e incluir visiones internacionales para aplicar a la cotidianidad del país. Lo que se viene, es aún más complejo, pero necesario de hacer, y es defender del ‘desarrollo extractivista’ a Salento, regresar en unidad y resistencia, algún día, quizá pronto, al pueblo Padre del Quindío.
SOBRE EL AUTOR
Luis Hernando Restrepo Aristizábal
Comunicador Social Periodista de la Universidad del Quindío.
Periodista ambiental. Viverista empírico. Death & Roll para suavizar el oído. Construcción de memoria por medio de la escritura.
Contacto:
Facebook: https://facebook.com/luisrestrepoa
Twitter: @luchorestrepoa
Si te gustó este contenido ¡compártelo!